Tres historias que se unen en una, la construcción de la Sexta Etapa de El Jordán

JORGE CUÉLLAR - EL NUEVO DÍA
Tres fundadores reviven el día que obtuvieron su casa, el día que construyeron viviendas sin saber a quién le iba a corresponder lo que fabricaron.

La ilusión y necesidad de tener vivienda propia, llevó a que más de 200 familias tuvieran hace 50 años que tomar pica y pala para remover terrenos, abrir bases, mezclar cemento y pegar ladrillos para edificar las casas que dieron origen a la Sexta Etapa del barrio Jordán.

María Nidia Plazas (fiscal de la JAC) recordó el día en que siendo aún joven y estando en embarazo, tuvo que ayudar a cargar agua para colaborarle a los maestros de construcción en un lote que le asignaron, sin saber si esa casa iba a ser la que por sorteo le tocaría; por suerte, la que edificó le correspondió a ella.

“Cuando llegamos a la Sexta Etapa esto era monte, había hasta en filo lleno de piedras y donde hoy es el conjunto Bosque Largo, estaba la quebrada La Chucha. Donde es el éxito y antes Óptimo, quedaba la Caterpillar, estaba sobre una montaña bonita. Casi todo este terreno era un humedal, había una laguna que tuvieron que rellenar”, narra María Nidia.

Cuenta con alegría, pues dice amar este barrio al cual vio nacer, crecer y convertirse en sitio de desarrollo, pues tiene cerca hipermercados y edificios residenciales, que pasó la solicitud al Instituto de Crédito Territorial para comprar casa y el formulario le costó tres mil pesos.

“Nos dieron el pedazo de tierra y le pagaba 100 pesos a un maestro para que viniera los sábados a trabajar, pues mi esposo fue militar pero estaba accidentado y yo embarazada; me ponían a cargar el agua, me decían, ‘cargue no más el agua, usted no debe agacharse’”.

Dice que los que tenían dinero para pagar aprovechaban, pero les exigían ayudar para ser merecedores de la vivienda.

Y cuando llegó el día del sorteo, recuerda María Nidia, le pedía a Dios que no le tocará la parte de atrás del barrio (hoy avenida Guabinal), pues veía solo monte y la quebrada.

“Cada uno sacaba un papelito, el mío decía casa 21, y luego nos indicaron cual era la casa, me tocó la que yo ayudé a construir, yo decía, ‘pobres a quienes les tocó atrás; pero mire cómo ha cambiado todo y quedaron también con una buena avenida y cerca a Bosque Largo”.

“Recibí mi casa con dos puertas de madera y sin ventanas, y mi orgullo es que yo la ayudé a construir y por eso quiero mucho mi Sexta Etapa, pues acá crié a mis tres hijos, y aunque nos entregaron unas cuevas, solo techo y piso rústico, fuimos remodelando; las primeras ventanas fueron unas tablas para tapar”.

Casi se queda sin lote

José Buenaventura Castellanos es un santandereano nacido en Puente Nacional, llegó a la ‘Capital Musical ‘ por cosas del destino, porque su trabajo lo llevó a instalarse en este Departamento, luego de laborar por varios años en Cúcuta.

Dice que obtener su vivienda fue un poco difícil, cosas externas y problemas con sus jefes por poco y lo llevan a perder su terreno; pero estaba escrito que su ciudad adoptiva iba a ser Ibagué.

En ese tiempo, José laboraba como diseñador de trazados y carreteras, pero un día el ingeniero le dijo que debía viajar a Ibagué, y así fue que le tocó trazar toda la avenida Pedro Tafur.

“En ese tiempo me di cuenta de que estaban dando los últimos formularios para acceder a una casa, pero antes de eso, el ingeniero me dijo que tenía que clavar estacas, pues ya había metido el bulldozer y se había comprometido a demarcar las calles de este barrio; me negué porque eso no le correspondía al Ministerio y yo siempre he sido correcto en las cosas.

“Entonces pedí el formulario, ya casi no habían, se lo pasé al topógrafo para que me ayudara a llenarlo y luego se perdió ese papel. A las dos semanas fui a mirar los listados y nunca aparecí; alguien me dijo, espere y le ayudamos y en el último cajón había un formulario, me lo ayudaron a llenar y logré un cupo”.

Dice que después de lograr su espacio, continuaron los problemas con el ingeniero por negarse a hacer lo que según él, era indebido, y lo remitió para Lérida, y aunque hacía esfuerzos para venir a trabajar en su casa, el ingeniero lo mandó para Neiva y luego a Fortalecillas.

“Una tarde, hice lo que pude para venir, estábamos mezclando cuando pasó un señor en un camión y nos echó el carro encima, un Policía que le rompió el espejo con una pala, nos dañó la mezcla, pero así la usamos para las bases.

“Estando en Huila, mi esposa me envió un telegrama, nos iban a entregar la casa, por el trabajo no pude estar; ella se hizo retirada con los niños, esperando que todos sacaran sus fichas y la última papeleta era la primera casa, toda la gente le decía que le cambiara el puesto y les respondió, ‘la suerte fue para mí’.

Entre sus anécdotas está la época en la que trabajó en Venadillo y Armero, en esta ciudad desaparecida nació su hija, ahí se salvó de morir, pues por poco y compra una casa en 12 mil pesos.

“Pero me trasladaron y no la pude comprar, eso nos favoreció y nos impidió morir en la avalancha”, puntualizó.

El Jordán, el barrio más grande de Ibagué

Imagen eliminada.

José Marulanda también es uno de los primeros residentes de la Sexta Etapa, el barrio que siguió a las edificaciones de la Primera, Segunda y Tercer etapa de El Jordán.

“Viví en el centro y estos eran potreros, los lotes eran de un hacendado, todo era lleno de vacas, el transporte era en unos buses colectivos y solo llegaba hasta donde hoy es Los Arrayanes, hasta el semáforo.

“De ahí para abajo, la avenida Quinta era un camino de herradura; tuvieron que abrir una brecha para que los carros siguieran hasta El Salado, a los buses le decían ‘cola e ratón’; como yo estudiaba en el Instituto Ibagué, donde el padre Idrobo, pues montábamos en esa busetica, todos acosados, era duro en su momento y el pasaje era barato, se pagaba con centavos. Es que por la carrera Quinta, donde quedaba la Caterpillar, unas señoras vendían fritanga y un masato sabroso.

“Tiempo después vi la propaganda de las casas y la necesidad de tener techo propio, aprovechamos esta oportunidad; nos dieron el lote y teníamos que trabajar, romper con picas y pala, le pagamos cuatro pesos a un muchacho para que nos ayudara. Recibimos la casa en teja de Eternit, eso era un palacio para nosotros”.

Credito
ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS

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