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El presidente ha sido claro en decir que no es para perpetuarse en el poder, pero como ya le conocemos la manera de mentir debemos entender que, precisamente, lo que busca es quedarse indefinidamente como lo han hecho sus compañeros de izquierda en Cuba, Nicaragua y Venezuela; en eso no nos debemos llamar a engaño, toda vez que hace parte del libreto del “Pacto de Sao Paulo” que Petro ha venido cumpliendo milimétricamente.
Se ha desestabilizado el país pretendiendo modificaciones a la medida de las diferentes normas legales, como en el caso de la reforma pensional, el intento de reforma laboral y la pretendida reforma a la salud.
El Gobierno, en una acción pasiva, ha venido debilitando al Ejército y a la Policía, permitiendo que, impunemente, los grupos alzados se hayan fortalecido, reorganizándose y avanzando en la ocupación del territorio nacional, hasta el extremo que un 40% del país está bajo el dominio de esos diferentes grupos criminales, siendo ellos quienes ejercen la autoridad.
El fomento de los movimientos de equidad de género y el tema del racismo son otros de los puntos del acuerdo que comento y ha sido tal el avance, que no somos hombres y mujeres, sino femenino, masculino y otros.
Recomienda el foro impulsar los movimientos esotéricos y por eso hemos visto al presidente participando en ceremonias de este tipo, lo cual se suma a otro punto del acuerdo que indica que se debe “promover el aborto y el libre consumo de marihuana como parte del libre desarrollo de la personalidad”.
Indica el mismo documento que es importante “crear proyectos de destrucción de los símbolos patrios” y ya se hizo una primera publicación de un nuevo escudo de Colombia con unas modificaciones cuya simbología no entendemos.
La guerra que el presidente Gustavo Petro le ha declarado a los medios de comunicación no tiene otra finalidad que ir generando las bases de una eventual intervención, como lo vimos en Venezuela con el pretexto de que las calumnias, según ellos, ponen en peligro la democracia nacional: léase la permanencia en el poder de los presidentes elegidos en esa “democracia-dictatorial” establecida como modelo de Gobierno.
Abramos los ojos. La vía más fácil para hacer perenne el modelo democrático del siglo XXI es permitir el ejercicio de una reforma constitucional que legalice, de una vez por todas, las directrices comunistas que pretenden implementarse.
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