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Existen conductas que alteran el equilibrio social, las cuales denominamos delitos. Estas conductas han sido clasificadas y analizadas por una rama de la ciencia conocida como derecho penal, que se encarga de establecer las sanciones correspondientes en los códigos penales.
La característica básica de este tipo de conductas es que para resarcir el derecho violado se establecen penas que conllevan a que sus actores sean conducidos a la cárcel y permanezcan en ella los tiempos establecidos en las normas referidas.
Además, hay una rama del poder público encargada de aplicar la normatividad prevista para aquellos casos en que la conducta de las personas se tipifique en el modelo legal establecido y para ello existen los jueces.
Desafortunadamente en Colombia, esa es una parte del Estado que no ha sido capaz de cumplir su función, llegando hasta el extremo de que imponer una sanción en este país es un acontecimiento publicitado y eso lo saben los criminales, por lo que podemos afirmar que la norma general en materia judicial es la impunidad y ello explica nuestra altísima criminalidad. Es más, tenemos un presidente que alegremente afirmó que para acabar el delito lo mejor es quitarle tal carácter a ciertas conductas y así quedaba resuelto el problema, es decir, que si abolimos el Código Penal no habrán más delitos en Colombia.
Esto ha llevado a que la criminalidad se siga desarrollando aceleradamente ya que el Estado ha sido incompetente para evitarla y por eso utilizamos el homicidio, por ejemplo, como una forma final de resolver conflictos o posicionarse socialmente.
Asimismo, la criminalidad ha alcanzado a los niños, convirtiéndolos en víctimas fáciles de abusos y de ser utilizados como carne de cañón para ofender a alguien, como el caso fresco del padre que para fastidiar a la madre asesinó dos niños: uno de 4 y otro de 7 añitos; por eso nos parece absolutamente aberrante el proyecto de ley que busca conceder beneficios especiales a quienes atenten contra los niños, bien sea como venganza, como satisfacción de sus pasiones o para utilizarlos como herramientas criminales.
En el Congreso hay muchas personas de dudosa reputación y suponemos que ellos estarán felices de aprobar este tipo de proyectos monstruosos pues esa es su manera de sentir y quienes han sido difícilmente dejarán de serlo, solo que ahora se encargan de hacer las leyes.
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