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Pero también puede relativizar o armonizar derechos que se creen fundamentales cuando con ello se protege un bien superior como la seguridad general.
Todos hablamos de democracia, ese antiquísimo invento que hoy está en permanente transformación para sobrevivir y adaptarse a estas sociedades caóticas, inciertas, en las que las nuevas generaciones deben buscar un lugar.
Y entre los varios ases de la democracia contemporánea, sigue la fuerza de las mayorías. Ya no para decidir por voto popular cualquier asunto. Está decantado que las mayorías no pueden decidir retrocesos en las libertades civiles y menos aún pautar los derechos de las minorías: ¿acaso puede hoy el voto decidir que haya privilegios de raza? Impensable, antidemocrático.
Y democrática también es hoy la alternancia en los gobiernos y el equilibrio de poderes. Así, aunque muchos -incluso las mayorías- quieran perpetuar en la administración a personas carismáticas o populares, las constituciones actualizadas excluyen esa posibilidad por antidemocrática. La historia ha revelado que el culto a la personalidad o la entronización de patriarcas amenaza la mayor conquista de la democracia liberal del siglo XVIII: que solamente la ley tenga supremacía.
El equilibrio de poderes permite a los jueces proteger los derechos civiles de las minorías. Pero también puede relativizar o armonizar derechos que se creen fundamentales cuando con ello se protege un bien superior como la seguridad general. Por ejemplo, la restricción impuesta por la ley francesa en 2011 al uso de la burka y el niqab islámicos, que esconden total o parcialmente la cara, fue cuestionada por violar la libertad religiosa. Sin embargo los jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en 2014 reconocieron la argumentación de Francia en relación con la importancia de la identificación facial para la convivencia y la seguridad de todos los ciudadanos.
Los jueces de muchos países sancionan, con fundamento en leyes antidiscriminación, las supuestas opiniones de quienes creen que la libertad de expresión es absoluta y en ello se escudan para lanzar improperios como que los individuos de cierta raza o país son vagos o delincuentes. Así propician el odio y la violencia contra las minorías.
Hay conceptos que comprometen a las democracias contemporáneas: el poder limitado del ejecutivo (alternado y sujeto a otros poderes) y la protección a la diversidad. Para entender la inmensa deuda que como sociedades tenemos con la diversidad, hace falta conocer nuestra realidad latinoamericana multiétnica y desigual. Una historia que desemboca de forma circular y permanente en distintas formas de violencia y debilidad democrática. Como estas líneas también se tratan de recomendar lecturas, señalo un texto periodístico indispensable en estos tiempos: “Ñamérica” de Martín Caparrós, un viaje crudísimo por nuestro territorio y su aciaga realidad.
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