“La historia es muy larga sobre cómo escribí un libro corto”

Crédito: Colprensa / El Nuevo Día.
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Un gallo de pelea, un anciano que ya casi no puede ver, un niño a quien la violencia le arrebató a sus padres, en una historia que se desarrolla en distintos escenarios del Caribe profundo, son los elementos que hacen parte de ‘Si me ves por el camino’, la nueva novela del escritor Jaime Manrique.
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Son cerca de cuatro décadas radicado en Nueva York, donde por más de 35 años el escritor Jaime Manrique se dedicó a la docencia, que desde la poesía, la literatura y el ensayo, siempre ha vuelto a su Caribe natal, como lo ha vuelto hacer con esta novela de 185 páginas. 

Con una obra traducida a 15 idiomas, es diversa, que pasa por la vida de Miguel de Cervantes, por Manuelita Sáenz, pero también por Federico García Lorca, que lo ha llevado a obtener distintas distinciones, como la beca de la Fundación John Simon Guggenheim, el International Latino Book, y finalista del Lambda Book Award a mejor novela gay.

Ahora, a través de la literatura, volvió a la Zona Bananera, a las poblaciones cercanas a Aracataca, para contar la historia de los sobrevivientes de años y años de violencia, de masacres y ríos de sangre humana. Todo esto con sus traumas, sus dolores, su propia rabia, pero donde la esperanza es la única alternativa para seguir en camino. Desde su casa en Nueva York, Jaime Manrique habló sobre este reencuentro con su propia historia, su Caribe y su niñez, junto a todo un retrato, que en ocasiones llega a ser dantesco, con un dolor que aún no ha cesado.

 

El nuevo gallo de oro

 

¿Cómo fue la construcción de esta historia, una novela corta, pero intensa?

La historia es muy larga sobre cómo escribí un libro corto. Fueron muchas cosas, pero creo que todo comenzó cuando mi sobrino habló con Gabriel García Márquez y le firmó un ejemplar de ‘El coronel no tiene quien le escriba’ para mí.

Yo nunca conocí a Gabo, pero mi sobrino me envió el libro que volví a leer, con toda su historia y el gallo de pelea, siendo una novela que siempre me ha gustado.

Como todo libro comenzó con una cosa aquí y otra allá, es el ‘Vivir para contarla’, porque todos los libros son de mi vida. En la medida que vivo, se van acumulando experiencias y luego van saliendo ramificaciones de esas experiencias.

 

En medio de todas esas historias, ¿cómo surge la historia de Gaspar, el niño protagonista?

Estando de vuelta a Estados Unidos, tras un año de escritura y estando Trump en la presidencia, hay una imagen que no me podía sacar de la cabeza, las historias de los inmigrantes y las imágenes de los niños en jaulas y campos de concentración que creó, lo cual fue pavoroso, entre el frío y el hambre, separados de sus padres.

Fue el momento en que todo empezó a tomar forma, recordando a unos niños indígenas que conocí en Bogotá, todos sobrevivientes del conflicto armado.

Ahí nació la idea de contar la historia de un niño que inicia una travesía, sea en el interior de Colombia o los niños que cruzan Centroamérica para llegar a Estados Unidos, que también he conocido algunos. 

 

Una tragedia que viven miles de niños en distintas partes del mundo…

Una tragedia que se repite a diario, sea en un pueblo de Colombia, en la frontera de Estados Unidos, en África o en Europa. Todos lo estamos viendo a diario, que realizan travesías peligrosas, agotadoras, para llegar a países donde son rechazados, donde no los quieren, entre rejas y prohibiciones.

El libro es una historia universal. No son escritos de ficción lejos de la realidad, lo que me interesa es captar la esencia y el alma de una persona, que en el caso de Gaspar, es un niño viviendo al límite y es siempre preguntarse cómo todo lo podrá estar afectando, comenzando con la muerte violenta de sus padres.

 

¿Cómo fue meterse en el alma y la piel de Gaspar para narrar esta historia?

Fue interesante. Por esa época conocí un sobrino-nieto en la Florida, que con 12 años de edad era un niño muy curioso pero muy tímido a la vez, por lo que no era fácil hablar con él, comunicarse, pero poco a poco lo fui conociendo, porque yo ya no me acordaba como era yo a los doce años.

Me identificaba con él porque sentía que era un niño muy sensitivo pero que también había pasado por cosas difíciles en la vida.

Luego, regresé a Colombia, a la Zona Bananera y conocí a otro sobrino-nieto, que canta vallenatos con un grupo de adultos y se la pasa cantando en los pueblos cercanos que se llamaba Gaspar, que su padre había sido asesinado por su abuelo en unos hechos confusos.

 

Herederos de una trágica violencia…

Es todo lo que implica tener una infancia marcada por esa violencia y el trauma que genera y marca todo el resto de su vida.

 

El encuentro entre un niño huérfano y su familiar ya en el final de sus días, ¿una constante que ha generado la violencia en distintas partes del país?

Es el génesis de la historia, ese encuentro de generaciones distantes entre quien está en la recta final de su larga vida, y aquel que está comenzando y ya ha sufrido del dolor de la violencia que no termina de comprender.

También están los gallos. A mí no me gustan las peleas de gallos, pero los gallos son hermosísimos. Cuando estuve en la Zona Bananera había una crianza de gallos de pelea, con un niño de diez años adiestrándolos, y pude conocer historias interesantes de cómo muchas personas pueden llegar a querer tanto a los gallos, cómo se juegan todo lo que tienen en una sola pelea.

Yo casi no conocí a mi padre pero fue un gallero famoso de la región, y todavía la gente lo recuerda, por lo que hablé con algunas personas que trabajaron con él. Creo que estaba todo destinado para escribir esta historia, no me pude escapar de ella. 

 

¿Jack Johnnson, el gallo de pelea, es clave en la historia de la novela?

Algunos de mis libros favoritos son protagonizados por animales. Un libro que amo mucho es ‘La telaraña de Carlota’, donde una telaraña busca salvar al puerco para que no lo maten en el Día de Acción de Gracia, y quería algo así en esta historia.

Me gustan muchos los animales, y en ‘El coronel no tiene quién le escriba’ aparece un gallo, pero no tiene ninguna personalidad, pero en mi novela si quería que fuera un personaje, lo cual no es nuevo en mi trabajo, porque en algunos de mis anteriores libros los animales ya aparecen como personajes. 

 

¿Cuando hizo ese viaje por la Zona Bananera ya estaba escribiendo esta historia?

Estaba empezando con algunos elementos sin tener del todo claro qué era lo que quería escribir.

Siempre había querido regresar a una finca donde mis padres vivieron cuando yo era niño. Yo tenía algunas memorias del riachuelo y algunas cosas más de la finca, que en ese entonces quedaba a las afueras del pueblo, y ahora, ya está dentro del pueblo.

Me encontré con una casa inmensa, en ruinas, que por toda la influencia de los gringos en el negocio de la zona bananera, muchas de las casas son bastante similares a las que aún se encuentran en el sur de Estados Unidos.

Fue tratar de reconstruir un poco de mi pasado, el de mi familia, pero ya no quedan muchos testigos.

 

 ¿Siempre hace este tipo de viajes a la hora de un nuevo proyecto editorial?

Con los personajes históricos, como Cervantes, Manuelita Sáenz, para poder encontrarlos debía salir a buscarlos, no me podía quedar en Nueva York, debía salir a recorrer parte del camino que ellos habían recorrido en la vida.

Siempre me ayuda eso, aunque uno llegue a los lugares que ellos recorrieron siglos después, te vas encontrando con lo que vivieron, la luz, la atmósfera, lo que a mí me ayuda para poder escribir.

 

 

Credito
El Nuevo Día.

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