Pequeñas historias para 160 años de Música

Crédito: Suministradas / Carlos Pardo / EL NUEVO DÍA1969 Sala Petrarca (Arezzo, Italia). Actuación de los coros del Tolima en el concurso polifónico internacional Guido D’Arezzo.
El nacimiento del Tolima estuvo marcado por la guerra y por la música. Cuando Tomás Cipriano de Mosquera se levantó contra el gobierno de Mariano Ospina Pérez, sus tropas se encontraron en Honda con la Confederación Granadina. Ninguno de los dos ejércitos se atrevía a dar el primer paso.
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Cincuenta músicos de la banda municipal de Bogotá, dirigidos por Cayetano Pereyra, en parte para combatir el aburrimiento y en parte para dar una lección de cultura al ejército enemigo, conformado esencialmente por campesinos y artesanos, iniciaron un concierto con lo mejor de su repertorio. 

Las huestes de Mosquera no se podían quedar atrás. Y entonces ocurrió lo inimaginable. Los soldados de Mosquera consiguieron instrumentos, e improvisados y desafinados “chupacobres” comenzaron con su recital al otro lado del río. No se trataba de quien tocaba más bonito sino quién se exasperaba primero. Es posible que fuera la primera guerra musical en la historia del mundo. Un mes duró la batalla sin que hubiera muertos o heridos. Quizá algunos locos por el estruendo. 

La música no sólo marcó el inicio de la historia del Estado Soberano del Tolima sino que ha hecho parte de nuestro paso por el tiempo. Desde tiempos precolombinos, los pueblos Pijao no sólo marchaban a la guerra en medio de cantos, voces y ruidos de caracoles, bocinas, flautas y trompetas, como apuntó Fray Pedro Simón, sino que danzaban y bailaban al son de sus caracolas y fotutos y cantaban canciones con cierta medida o consonancia similares a los villancicos y endechas españolas, como escribió Fernández de Piedrahita. 

25 años después de la fundación de Ibagué, en 1575, el portugués Antonio Sequeira fue nombrado párroco del entonces villorrio. Sequeira fue un soldado que terminó asqueado por la sangre y la muerte de los tiempos de la conquista y pidió ser ordenado sacerdote. 

Curiosamente, en su nombramiento se afirma que el soldado serviría igual a Dios convirtiendo infieles o matándolos. Sería Sequeira quien abriría la primer escuela de música de la que se tenga noticia en el Tolima y la que iniciaría un camino de academias de canto y cuerdas que se institucionalizarían más tarde en Ibagué y entre las que sobresalen las academias fundadas por los Esponda, los Sicard y los Melendro en la segunda mitad del siglo XIX.

Mientras las familias más representativas de la sociedad intentaban imponer la música culta, la gente del pueblo, indígenas, negros y cholos, tenían sus propias fiestas musicales como lo relata Jean Alexis Cadoine, Conde de Gabriac, en su libro Viaje a través de América del Sur publicada en 1868 en París. 

En la batucada de cholos que presenció, al son de un tiple hecho con piel de armadillo, tambores y carrascas hechas de bambú y raspadas con una clavícula de tigre, sintió la fuerza y la melancolía del ballet de la Caña, como él mismo la definió. 

La música respiraba por todas partes, en las academias, en las fiestas populares, y hasta en las calles, donde el francés fue sorprendido al escuchar por todos lados, serenatas de guitarra y flautas: 

“En Ibagué, les encanta la música y los aficionados, los artistas y los virtuosos, enamorados o mendigos se pasean juntos y tocan bajo las ventanas de sus hermosas como en los viejos tiempos. A veces resulta que se le lanza un real al enamorado y se hace subir al mendigo. Se ha escrito sobre los desprecios del corazón, se podría hacer una bonita novela acerca de los desprecios de Ibagué”.

Antes de la guerra de los Mil Días, la música era un referente obligado. Fortunato Pereira Gamba escribió: “Es algo característico en la vida del Tolima, el canto; en ninguna parte fluye la armonía como en esta sección de Colombia, todos son poetas natos y cantores; como el pájaro canta la naturalidad del instinto, se canta en el Tolima en la gran fiesta del sol esplendoroso, de la belleza de la hembra y más que todo se canta la libertad de ese suelo propicio”. Sin duda, la música ha hecho parte de nuestro ADN social y cultural.

En la primera mitad del siglo XIX, la banda del Batallón Bárbula hacía conciertos, dos veces por semana. Tradicionalmente, las bandas regionales ejecutaban retretas militares y cambios de guardia, pero comenzaron a introducir manifestaciones regionales propias de cada región. 

Hacia 1889, el repertorio de la banda en sus conciertos en el camellón del pueblo y en la Plaza de Santo Domingo, hoy parque Murillo Toro, incluía valses, pasillos, óperas y música de los clásicos europeos. Los transeúntes de entonces se encontraban los jueves, en plena vía pública, con Beethoven, Mozart, Bach, Strauss y Shubert. Fue el origen de la Banda Militar de Música que se institucionalizó en 1889 por el general Manuel Casabianca, quien la funda además como escuela gratuita. Convertida en Banda Departamental en 1919, fue liquidada a finales del siglo XX, por algún gobernador, de cuyo nombre no quiero acordarme.

El Conservatorio de Música del Tolima agrupó buena parte de nuestra identidad. En el programa de mano del concierto del 20 de julio en 1924, resalta una nota final: “Los asientos se reciben desde la víspera hasta las tres de la tarde del día 20”. Cada ibaguereño asistente debía llevar su butaca. La necesidad de un salón de conciertos era latente. En 1934 se inauguró la sala de conciertos del Conservatorio, llamada inicialmente Sala Beethoven, hoy Sala Castilla, en honor al fundador del claustro musical, que se convertiría en el espacio por excelencia de la música en el departamento.

Las masas corales, compuesta por un centenar de personas, la mayoría de gentes del común, también hacen parte de nuestra historia alrededor de la música. Pese a que se imponía el gusto por las obras de los grandes maestros clásicos, impulsado por maestros italianos que asumieron la dirección artística del Conservatorio, los ritmos populares ejercieron una fuerte influencia. Serían justamente esas músicas tradicionales, con arreglos europeos, los que fascinaron en Europa y Estados Unidos, y ayudaron a difundir nuestros aires y a confirmar, en el exterior, la idea de un pueblo musical.

El conservatorio, la Sala Castilla, los coros, las escuelas, las bandas municipales, los conciertos al aire libre, las fiestas de San Juan y San Pedro y los duetos, hacen parte de una tradición musical que aún persiste en el departamento. 

La música hace parte de nuestra identidad. Fuimos, somos y seremos un pueblo que ama la música y ve en ella su impronta. 

Ojalá, en algún momento de nuestra historia futura, comprendamos que la música no es sólo un estado del alma, una manifestación cultural, sino una posibilidad de ser diferentes, de ofrecer, en este mundo globalizado, un sello territorial atractivo para la inversión, para el turismo, un motor del desarrollo económico, social y humano, y no sólo un renglón obligado en los presupuestos oficiales.

Música 160 Tolima
1949 Coros del Tolima en Barranquilla, antes de su viaje a La Habana, Cuba. 

Música Tolimense1908 Al centro, el maestro Alberto Castilla con los integrantes de la Escuela Orquesta, que daría origen al Conservatorio de Música del Tolima.

musica tolimense1908 Primer coro femenino. De izquierda a derecha. Abajo: Julia Vela, Inés Buenaventura, Victoria Caicedo, Tulia Páramo (profesora de piano y directora del coro), Sarita Molano, Elvira Vela. Arriba: Helena Rengifo, Sixta Tulia Caicedo, Julia Santofimio, Raquel Casas, Felisa Valenzuela, Islena Vela.

Credito
CARLOS PARDO VIÑA

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