Guardianes y pescadores del Magdalena

Crédito: Camilo Jiménez / EL NUEVO DÍA.
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En la diversidad de los pescadores en el Tolima se ve el valor real que tiene el río Magdalena. Mientras va cambiando la corriente, la pesca, las faunas y las personas la riqueza cultural se va expandiendo.
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A las 4:00 de la mañana Raúl Rondón puede estar mandando su primer “atarrayazo”. Vive a unos cuantos metros del Magdalena en Honda y, en ocasiones, ese intento inicial llega al final del día: se adentra sobre las 11:00 de la noche y pesca hasta la madrugada, cuando el agua, al igual que el cielo, pasa de opaca a luminosa. Mientras descansa otro toma su lugar. 

 

Raúl Rondón, pescador de Honda.

 

Alberto Sanabria vive hace 45 años a orillas del gran río en Ambalema. A veces, con las crecientes, se le sube hasta la mitad de su casa, por eso las tomas eléctricas están en lo alto de las columnas de madera. Su familia siempre lo acompaña a pescar.

 

Alberto Sanabria, pescador de Ambalema.

 

Leandro Ospina le saca una o dos horas al día para lanzar su larga red en Suárez, al oriente del Tolima. La extiende desde la mitad del río y la lleva hacia la orilla. Luego la jala corriente arriba y arrastra lo que vaya quedando, que casi siempre es poco. Su padre le heredó el oficio, pero ahora no le alcanza para cubrir las necesidades diarias. Por eso transformó la antigua labor en pasatiempo.

 

Leandro Ospina, pescador de Suárez.

 

Carlos Sánchez sube su canoa en un carro y se va desde Natagaima hasta Neiva. Luego navega de regreso, dejándose llevar por la corriente mientras hace, una y otra vez, intentos de sacar algo. Ocasionalmente busca otras rutas, pero nunca se queda en un solo sitio o lograría muy poco.

Todos ellos tienen en común el ganarse la vida con uno de los oficios más tempranos del mundo: la pesca en el río Magdalena.

 

Las formas de la pesca

 

Las formas de la pesca.

 

No es igual un pescador en Honda, Ambalema o Natagaima porque no es el mismo río: bullicioso y de un torrente atropellado hacia el norte; aguas arriba, hacia el sur, se vuelve apacible y arrullador.

Esto exige cambiar el método.

En los ‘rápidos’ de Honda, una falla geológica y un obsequio de la naturaleza para el Tolima, millones de especies acometen en su periplo de llegar a la costa atlántica su punto más adverso. Como la corriente es tan fuerte, se desvían hacia las orillas, quedando a tiro de las atarrayas.

 

Atarraya.

En la ‘ciudad de los puentes’ la pesca es más frecuente.

En Ambalema la corriente es serena, por lo que los peces suben por la parte central del río y en mucha menor cantidad: “Por acá cogemos menos y más pequeños. Hacia abajo del río se puede pescar desde las orillas, acá nos toca movernos, salir a encontrarlo en su recorrido”, señala Alberto Sanabria.

A Natagaima, en el límite con Huila, el pescado llega “más flaco, cansado después de tanta gente intentando sacarlo”, cuenta Carlos Sánchez. “Incluso”, agrega, “a la plaza de mercado de aquí llega pescado que traen de Honda, porque acá no es muy grande”.

 

Los otros oficios del pescador

Igual que Leandro Ospina o Alberto Sanabria, para muchos pescadores lo que da el río no les alcanza para vivir. Por eso deben dedicarse a otros trabajos: tejer atarrayas, construir canoas o labrar la tierra, entre muchos otros.

“Muchos sabemos cómo elaborar las herramientas de nuestro propio trabajo. Yo, por ejemplo, cuando no estoy pescando ando tejo atarrayas. Es una tarea lenta y nada fácil que dura varios días. Pueden valer unos 300 mil o más, dependiendo del conocimiento del tejedor”, cuenta Raúl Rondón.

La pesca es un proceso repleto de tradiciones y costumbres construidas por años: el plomo de las atarrayas debe ser de cobre para que el Mohán no eche a perder la pesca, nunca entrar con malos tragos al río.

Las técnicas son variadas y diferencian a los pescadores profesionales de los aficionados: la manera de lanzar y recoger la atarraya lo dice todo.

“Hay personas que pueden durar seis horas para sacar una canecada. Otro que tiene el conocimiento la hace en una hora o dos horas. Uno ve a alguien y se nota si sabe pescar o está aprendiendo”, agrega Raúl Rondón.

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El pescador jubilado

La calidad de vida de la mayoría de los pescadores es precaria, siempre dependientes de los caprichos del río. Al estar sumergidos en la informalidad, nunca se verá a uno de ellos pensionado, por lo que sigue siendo una labor de personas mayores.

“El río siempre nos dará de comer, pero nunca es demasiado como para buscar un reposo en alguna etapa de la vida”, dice Raúl Rondón, quien además es representante legal de la Asociación de Pescadores Independientes de Honda.

Han escuchado de muchos proyectos para ayudarlos, pero pocos se han cumplido. La Casa del Pescador, un plan que articularía todo el proceso desde la captura y la refrigeración hasta llegar a la comercialización.

“Es necesario tener la energía suficiente para sostener el proceso de refrigeración. Transformador de luz o páneles solares. Todo está muy distante aún, pero es un sueño que se tiene”, finaliza Raúl Rondón.

 

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Credito
Camilo Jiménez

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