Luis Evelio Turriago sobrevivió a la violencia en Colombia y a la Guerra del Sinaí

Crédito: Cristian Bonilla - EL NUEVO DÍA
Un veterano de la Guerra del Sinaí revive su vida marcada por la violencia, pues desde niño durmió rodeado de la muerte y en el Ejército hizo parte del primer contingente del Batallón Colombia en el Canal del Suez.
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Con los ojos cerrados, muy bien arropado y sin hacer el menor ruido, pasaba la noche en medio de los cafetales Luis Evelio Turriago. Una infancia marcada por la violencia, pues al alba, podía encontrar los cadáveres de amigos o casas incendiadas.         Hoy, a sus 84 años, recuerda esos tiempos violentos, a sus padres cuidando de él y a sus otros 13 hermanos en una finca de la vereda San Isidro en Santa Isabel; cada semana cambiaban de sitio en el cafetal para que no llegara la policía ‘Chulavita’ y los masacrara.

También debía ayudar a abrir huecos para esconder sus pertenencias y los utensilios de casa, en baúles guardaban la ropa, las ollas y platos, para cuando llegara este grupo, siempre de noche, creyera que allí nadie residía, de lo contrario, al otro día podían ser encontrados flotando en río Recio.

Mientras cuenta esta parte de su historia, Luis Evelio hace una pausa, cierra sus ojos y se ven las lágrimas que se esconden bajo el tapabocas.

“Sufrimos demasiado por la violencia, nuestra población era muy liberal, y por eso llegaban los ‘chulavitas’ que nos desplazaron varias veces. De San Isidro salimos a Ibagué al barrio Combeima, luego llegamos a la finca de Jorge Montealegre al lado del río Luisa en Rovira, de allá nos sacaron para Armenia, fuimos muy aporreados.

“Mi papá nos protegió mucho porque por donde pasaba esa gente, arrasaban con todo, mataban liberales, nos tocaba dormir en medio de los cafetales”, cuenta Luis Turriago.

Su llegada al Ejército

Nuevamente en Santa Isabel y ya mayor de edad, Luis Evelio fue reclutado por el Ejército para prestar el servicio militar; corría el año 1955 cuando en una redada lo subieron a un camión rumbo a la Escuela de Caballería en Bogotá.

“El Ejército acostumbraba ir los fines de semana cuando el campesino bajaba al pueblo, y en una de esas redadas me cogieron, en Bogotá duré tres meses en entrenamiento; después fui trasladado a Chaparral, en ese entonces quedaba allá el Batallón Patriotas.

“Con la base cerca al río Amoyá, y acantonados cerca al Cañón de Las Hermosas, nos tocaba patrullar día y noche esa región del sur del Tolima y perseguir a los ‘chusmeros’, a alias ‘Mariachi’ y ‘Arbolito’”, rememora Luis Turriago.

Esta nueva etapa de violencia también lo dejó muy marcado, por eso, cuando habla de esta parte, sus palabras vuelven a pausarse, pues la manera en que actuaban las nacientes guerrillas era emboscar las tropas y así causar temor y bajas.

“Hubo un momento, por el Cañón de Las Hermosas, más arriba de El Limón, donde en una emboscada mataron a 22 soldados, eso fue muy triste y doloroso. Al llegar subimos los cuerpos en parihuelas (camillas), y los trasladamos a Casa de Zinc, donde luego los recogía el helicóptero

“Después de varios meses hice un curso de zapador, pues ya sembraban minas a los lados de los caminos para matar soldados”.

Al Sinaí

En 1956 estalló la Guerra del Sinaí o del Canal del Suéz. Francia, Reino Unido e Israel se enfrentaron contra Egipto y los desacuerdos con el presidente Gamal Abdel Nasser. Debido a que Colombia tiene convenios con las Naciones Unidas, fue llamado para enviar tropas y mediar en dicha guerra.

“Un día nos formaron y nos dijeron que llevarían soldados al conflicto que había en Egipto, un teniente nos sacó por número. Me llevaron debido a que realicé el curso de zapador y tenía buen comportamiento en el Ejército.

“Ese mismo día llegamos a Bogotá, de allí volamos a las Islas Azores y luego a Nápoles donde duramos ocho días en reentrenamiento, nos explicaron la situación, las costumbres de la gente; eso sí, todos los días nos daban vino en el hotel.

“Antes de partir a Egipto nos dieron cinco mil liras (antigua moneda italiana), y nos dejaron salir a conocer, pensamos que teníamos mucho dinero, que éramos ricos, pero mentiras, una gaseosa valía dos mil, no era tanta plata”, ríe mientras cuenta esta anécdota.

Cuando aterrizó el avión a Egipto, que llevaba oficiales, suboficiales, soldados y un sacerdote, cuenta Turriago que él fue el primero en poner un pie sobre la arena. Allí iba el recordado capitán Álvaro Valencia Tovar, quien estuvo también en Corea y Marquetalia.            

“Allá pernoctábamos en carpas, había soldados hindúes, noruegos, daneses y brasileros, a nosotros nos mandaron a patrullar el Canal del Suéz, allá destrozaron cantidad de barcos para que el río no fuera navegable”, añade.

En plena guerra recibió la Navidad del 56, rodeado de muertos, con el olor a sangre impregnado en su nariz. Port Said, en la costa del Mediterráneo, siempre bombardeaban y sus calles con cuerpos desmembrados; dice que nunca cesaron las sirenas de las ambulancias.

“Siempre he pensado cómo las mismas personas, sea de una misma nacionalidad o de otra, tenemos que matarnos. Analizaba la situación y eso lo vivimos ahora, todo por estar detrás de la plata, la ambición de un país en dominar a otro, pues no veo otra razón”, indica.

Su labor como zapador le permitió estar acompañado de perros, pues ya los usaban para detectar minas, no obstante, y debido a que no tenían el mismo entrenamiento que ahora, muchos caninos murieron víctimas de estos explosivos.

Durante su servicio en el Batallón Colombia, Luis Turriago estuvo en la Franja de Gaza, en Beirut (Líbano), cerca al Mar Rojo, Port Said, Port Fuad y otros lugares desérticos, donde además de las balas y las bombas, lidiaron con otro enemigo, la naturaleza.

Estos ‘enemigos’ eran las tormentas de arena y las cobras, cuando ocurrían estas tormentas, debían moverse para evitar quedar sepultados por la arena, y cuando dormían en las carpas, era necesario cavar zanjas para que las culebras no los fueran a matar.

“Siempre había un centinela con una linterna vigilando si caía una cobra en la zanja, supimos que un animal de estos mató militares de Brasil”, agrega.

La ayuda de la familia Vila

Con su libreta militar, como un héroe de guerra y pasar a la historia porque hizo parte del primer contingente del Batallón Colombia en el Sinaí, Luis Evelio Turriago llegó a Ibagué sin trabajo y con su familia. Llegó al hoy barrio Ambalá, donde Santiago Vila Escobar y Alicia Mejía Caicedo fundaron en sus predios la parcelación Santa Bárbara. Debido a su manejo en explosivos, fue contratado para trabajar en la mina Feldespato en El Vergel.

“Antes de conocer a Santiago Vila parecíamos pájaros sin nido, pero llegó ese hombre, a quien le decíamos árbol frondoso, debido a que cobijó a desplazados por la violencia. Allí duré 38 años y me pensioné. Aún, los hijos de Santiago Vila prestan sus servicios a mis hijos y a mí. Fue encontrar un ángel después de tanto destierro y sufrimiento.

“También llegó mi esposa Ana Odilia Murillo, quien me dio tres hijos, Evelio, Óscar y Andrés, todos profesionales de la Universidad de Ibagué. Mi señora, quien me acompaña, se encarga de que aún esté con buenos ánimos, y le agradezco a Dios y a ese ‘árbol frondoso’ que nos acogió”, puntualizó Luis Evelio Turriago.

De vuelta al país

Cuenta que antes de decolar en Bogotá, donde los esperaban como héroes, el avión fue desviado hacia Barrancabermeja, pues se corrió el rumor de que ese primer contingente traía la fiebre asiática, y por ello tuvieron que aislarlos.

“Nos llevaron para Cimitarra, pura selva, una de las colonias (cárceles), y todos los días nos visitaba un médico, estuvimos por allá un mes hasta que nos dijeron que ninguno había contraído esa enfermedad que mató mucha gente”, asegura.

En Bogotá no hubo el recibimiento que se decía un mes antes, y en cambio llegaron a la Escuela de Artillería donde los tuvieron una semana más y luego a cada uno le entregaron la libreta militar.

“Decidí no seguir en el Ejército por todo lo que viví, siempre en la guerra y no quería más eso, claro que me sirvieron esas vivencias para reconocer que nunca en la vida la maldad será buena”, apostilló.

Credito
ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS

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