Durante años Digg fue el mayor portal de noticias sociales en la Red y, por lo tanto, uno de los grandes poderes del Internet. Hasta agosto de 2010 el sitio atraía a millones de visitantes únicos por mes, y conquistaba miles de nuevos adeptos cada día. En ese momento el valor del sitio se estimaba en casi 200 millones de dólares.
La semana que termina, la empresa confirmó que vendió su marca y la tecnología tras su portal, incluyendo su famoso algoritmo central, por sólo 500 mil dólares, tras haber cerrado tratos por algunas de sus patentes y parte de su equipo de trabajo por un total de 16 millones de dólares, poniendo punto final a la historia de una de las comunidades más grandes de la era informática.
Mineros de información
La clave del éxito era simple: en lugar de presentar a sus visitantes contenido escogido por un pequeño grupo de editores o directores, Digg permitía que sus usuarios mismos publicaran vínculos de Internet, fotografías, videos o cualquier clase de material.
Por supuesto: no todo lo que publicaban los usuarios era destacado por el portal; los mismos usuarios de Digg tenían el poder de decidir qué era bueno y qué debía permanecer en la oscuridad digital, gracias a la posibilidad de votar de manera positiva o negativa el material publicado por sus pares.
Este proceso de democracia de contenido demostró ser sumamente interesante; la comunidad de Digg exploraba los rincones más recónditos de la Red, y usaba el portal como herramienta para dar visibilidad al material que merecía ser reconocido. Con el tiempo, los usuarios del portal empezaron a sentirse parte de algo más grande que ellos; ciudadanos de una nueva república informática: The Digg Nation.
Versión capitalizada
Al pasar el tiempo, se hizo evidente que no todo era perfecto en el paraíso digital de Digg. Con el aumento de su popularidad, el sitio empezó a ser criticado por tener cada vez más contenido insustancial o repetitivo. Los directivos del portal tomaron, entonces, una decisión difícil: dar más relevancia al contenido que publicaban algunos de sus usuarios.
La movida no fue demasiado popular entre los usuarios, pero fue aceptada como un intento por moderar de forma efectiva una comunidad grande y diversa. El sitio continuó creciendo, y a mediados de 2010 era considerado uno de los portales más costosos del Internet.
Entonces, el 25 de agosto de ese año, vino el lanzamiento de la versión 4 de Digg, en la que los directores del portal tomaron varias decisiones drásticas. Una de ellas fue conectar más a los visitantes del sitio entre sí, al estilo de redes sociales como Facebook o Twitter. Otra fue empezar a cobrar a empresas privadas por publicar material ‘patrocinado’, que automáticamente adquiría relevancia, aún si los usuarios de Digg no votaban por él positivamente.
Desplazamiento digital
El 25 de agosto de 2010, la Nación de Digg experimentó un éxodo masivo. Algunos de los usuarios del sitio abandonaron los portales de noticias sociales. Otros, movidos por la curiosidad o por el consejo de sus excompatriotas, se refugiaron en Reddit, un portal similar que tiene la igualdad entre sus usuarios, y la poca relevancia de la publicidad, como pilares fundamental de su funcionamiento.
Digg todavía es un portal visitado por millones de internautas al mes, pero su tráfico y su crecimiento jamás igualaron los niveles alcanzados en 2010. Recientemente, la empresa vendió sus patentes más importantes, y esta semana la totalidad de su tecnología e infraestructura pasó a manos de Betaworks.
Digg, un sitio construido por sus usuarios y acusado de olvidar precisamente a esa comunidad que lo sustentaba, no sólo evidencia que los portales sociales son extremadamente volátiles. Su caída demuestra que es difícil encontrar una forma efectiva para beneficiarse económicamente con la interacción de millones de personas.
El sitio web ya había vendido parte de sus patentes e incluso de sus empleados por 16 millones de dólares a empresas como The Washington Post y a la red LinkedIn. Pero esta semaba Betaworks adquirió lo que quedaba de la compañía, por 500 mil dólares.
Credito
JUAN MARTÍNEZ MARTÍNEZ
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