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El holgado triunfo el pasado domingo de Santiago Peña, candidato del Partido Colorado a la presidencia de Paraguay, consolida a esta formación política nacida en 1887 y que se declara nacionalista, republicana y conservadora, como la fuerza hegemónica en un país que ha gobernado durante 71 años.
La Asociación Nacional Republicana (ANR), nombre oficial del coloradismo, es el segundo partido de América Latina con más tiempo en el poder, sólo superado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ha gobernado México durante 77 años.
Tras su triunfo electoral, Peña, un economista de 44 años, arrancó su discurso en la noche del pasado domingo dando las gracias al presidente del partido, Horacio Cartes, el acaudalado empresario que presidió Paraguay entre 2013 y 2018 y que sigue manejando los resortes del poder, como quedó demostrado con el triunfo de su delfín político.
A pesar de que el pasado 27 de enero Estados Unidos le sancionó por corrupción, un mes antes Cartes había conseguido hacerse con la presidencia del partido, y logró que su candidato se impusiera en las elecciones primarias. La noche del domingo, además, cosechó un arrollador triunfo para ambos.
La imposibilidad de que los mandatarios puedan ser reelegidos y el hecho de que en las elecciones presidenciales no haya posibilidad de una segunda vuelta -algo que en América Latina sucede únicamente en Paraguay y Venezuela- hace que en cada cita con las urnas las opciones del oficialismo se revaliden.
“La victoria oficialista en Paraguay ha roto la tendencia del voto de castigo a los oficialismos que estaba vigente en la región desde 2019”, declaró el politólogo y jurista argentino Daniel Zovatto, quien ha seguido sobre el terreno los comicios paraguayos durante la última semana.
El rotundo triunfo de Peña sobre el opositor Efraín Alegre, junto con el gran apoyo obtenido tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, y la victoria en 15 de las 17 gobernaciones dibujan un cómodo escenario para un partido acostumbrado a ejercer el poder sin oposición, salvo la de sus propias filas, en un ejercicio que algunos analistas califican como gatopardismo político.
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