Vísperas de nada

Alberto Bejarano Ávila

He considerado que en este primer artículo del 2023 podría plantear un interrogante acerca de un asunto crucial que siempre me llamó especial atención, pues si bien pululan alusiones sobre la cuestión, especialmente en tiempo electoral como el que viviremos en este año, lo cierto es que jamás acepté que esas alusiones aclararan mi viejo interrogante. Se trata de saber si a lo largo de la historia contemporánea, hablo del presente y de seis u ocho lustros atrás, los líderes del Tolima (sociales, políticos y económicos) realmente tuvieron y tienen interés sincero, consciente y digamos que visceral, en el desarrollo tolimense o si el vocablo desarrollo ha sido y es comodín para rehuir críticas sobre el atraso. Cómo la única respuesta admisible son las acciones y sus resultados y no la palabra vana, la pregunta es oportuna.

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Preguntas de esta índole quizás no sean habituales y no quería hacerla por temor a lastimar dignidades o infringir las “buenas maneras”, pero siempre creí que plantearla era obligación moral y ahora creo es época oportuna para hacerlo, justamente por recordar que ninguna instancia ha querido siquiera definir y concertar el concepto desarrollo para aclarar de qué modelo de desarrollo hablamos y por ello en el Tolima la acepción desarrollo es ambigua y por tanto sin pertinencia territorial. Por tal razón caímos en el hábito de la retórica vana, la promesa falsa, la propuesta efectista y más boberías que originan noticias de futuro que, es evidente, se convierten en vísperas de nada, pues, salvo excepciones, lo excepcional nunca ocurre y por ello, ojalá fuese desmentido, el Tolima continúa sumido en la postración.

Aunque no soy quién para merecer ser escuchado y además sería innecesario porque son muchas las personas que en diferentes entornos se ocupan o dicen ocuparse del desarrollo, no deja de ser frustrante que luego de varias décadas buscando comprender la cuestión del desarrollo regional, como hechura ejemplarizante de una sociedad especifica en su propio territorio, tenga que experimentar la sensación de estar “arando en el mar”. 

Es claro que si todo cuanto nuestros insignes líderes propusieron y proponen estuviese dando resultados excepcionales, el suscrito callaría o estaría obligado a aplaudir tanto compromiso, sapiencia y aciertos, pero en verdad eso no sucede y por ello sería aterrador indicio si, de cuanto hoy se hace, alguien espera el cambio o la transformación del Tolima.

Así sea atrevido, invito a los líderes sociales, políticos y económicos organizados a concertar cómo escribir una definición propia del desarrollo, teniendo como fin u horizonte un Tolima moderno y justo donde ojalá todos los tolimenses sean prósperos económicamente y vivan en sana armonía, pues porfiar en la acepción “Tolima próspero”, es caer en una ambigüedad que invalida el significado y el alcance del regionalismo. Solo desde la definición compartida del desarrollo tolimense puede construirse el modelo y la pertinente visión estratégica para lograrlo. El desarrollismo que, de hecho, supone un Tolima rico con gente pobre, es torpeza que condena a los tolimenses a no tener destino próspero.

 

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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