Cómo no decepcionar (II)

Alberto Bejarano Ávila

Sin importar el adjetivo casual de pesimista o negativista a mi apreciación del prolongado y creciente deterioro de los índices de desarrollo y calidad de vida, creo que entre tolimenses tendría que existir tácito acuerdo respecto al fracaso de los políticos y la política en el Tolima (no vale argüir que igual en otras regiones). Difícil es mostrar aquí cada índice del desarrollo, pero reto a los rancios políticos a exponer, con cifras, las variaciones positivas en los últimos treinta años de los principales índices de crecimiento, ej., PIB y su contribución al nacional, ahorro e inversión interna y su efecto en nuestra industrialización y en la tasa de ocupación y empleo, exportaciones y su primacía en nuestra balanza comercial, acueductos, vías, aseo, medioambiente, seguridad y tantas otras variables evadidas en “subienda” electoral porque su insignificancia (la excepción confirmará la regla) será confesión de culpa para los políticos arcaicos y rarezas para los nuevos que, por emular a aquellos, empiezan avejentados.
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Pero la percepción objetiva no solo se remite al deterioro de los índices de desarrollo, pues el cuadro de decadencia, que podría ser irreversible, igual se explica por la exacerbación de la mediocridad, la corruptela, la miopía política y el caciquismo que tanta decepción causa y que, además, por defecto, contagia el alma regional para atraparla en un regresivo círculo vicioso que oscurece la visión futurista de los tolimenses. ¿Y entonces? Gravísimo sería que el cuadro de decadencia lleve al “progresismo” a otro tácito acuerdo, el de “dejémoslo así”, para no buscar salidas reales del laberinto o pretender hacerlo con la misma racionalidad y artimañas que utiliza la politiquería, pues así eternizaríamos aquel el circulo vicioso. 

Camilo José Cela señaló que “hay dos clases de hombres: quienes hacen la historia y quienes la padecen” y llanamente diría que en el Tolima no hacemos historia pero todos sufrimos lo nefasto de esa inercia pseudohistórica y, tal vez, de repetitiva será tildada por los repetitivos de la pseudohistoria, mi porfía en la necesidad de reinventar la política desde la pertinencia regional (territorio, sociedad, identidad) y en que esa reinvención solo tiene una alternativa: el surgimiento de una nueva generación de tolimenses que reconozca que el personalismo mesiánico desprecia lo colectivo, pero que lo colectivo acoge la individualidad como talento sinérgico para salir del círculo vicioso e iniciar el camino de la profunda transformación ética, política y paradigmática, única manera de posibilitar cambios objetivos en el Tolima.

Por esta razón, debo señalar que la cuestión no es de candidatos per se, sino de candidatos orgánicos que, en equipo, activen procesos con sentido histórico, identidad y honda lectura territorial y sociológica, es decir, coequiperos prestos a librar una larga lucha para trasformar al Tolima y no oportunistas haciendo “carrera política” para obtener beneficios personales a costa de la endémica decepción tolimense. El cambio regional dentro del cambio nacional iniciaría en círculos de estudio, diálogos intersectoriales, centros de pensamiento regional, y claro, no confundiendo un mero y frívolo episodio electoral con política transformadora.

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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