Hagamos un balance

Alberto Bejarano Ávila

Frente a los graves problemas del Tolima (incluido a Ibagué) o, digámoslo coloquialmente, mientras se nos derrumba el techo a pedazos sin que surja una corriente política realmente trasformadora que, valga decirlo, en la ya larga historia nunca conocimos y, como pintan las cosas, parece que muchos no conoceremos, por enésima vez se está reeditando el llamado sonajero electoral o mejor, “personajero”, que en verdad es un sainete mal llamado político sin visión territorial, económica y social, es decir sin ideas, planes, proyectos, y peor, incapaz de debatir sobre el futuro, pero saturado de elogios y retórica empalagosa, regresiva, trivial, y deprimente. ¿Alguien creerá honradamente que esa patética parodia y quienes la ejercen redimirían al Tolima o que representan algo nuevo bajo el sol tolimense? 
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Por ello volteo página para juzgar la enjundia mental, el valor de las ideas y el perrenque de quienes, dígase en los pasados cincuenta años, se postularon y fueron electos a nombre del cambio tolimense; Inicio con uno de los episodios sucedidos años cuando, como solitaria golondrina llamando verano, fungí como concejal de Ibagué, época en que no se devengaba y, quienes no teníamos intenciones non sanctas, lo hacíamos por mero idealismo. Creyendo que Ibagué debería tener una “EPM” que generara recursos para la inversión pública y dado que el gas domiciliario llegaba al portón de la ciudad, presenté un proyecto de acuerdo para crear la empresa pública para distribuirlo, acuerdo que luego de ser debidamente aprobado fue archivado porque el poder real, como hoy aún ocurre, era proclive a la privatización.

Como se inferirá, mi concejalía fue inútil y frustrante pero aleccionadora y por ello, aunque antipático les parecerá a quienes, a nombre del cambio, el progresismo y la antipolitiquería, llegaron a concejos municipales, duma departamental, gobernación y alcaldías, que hoy los invite a hacer un balance de los grandes cambios logrados en el Tolima e Ibagué (ello sería autocrítica y es propia de líderes auténticos). Mi memoria solo registra rutinas, protestas y ordenanzas y acuerdos pragmáticos e intrascendentes que lejos están de ser gesta histórica de fuerzas del cambio y ello porque, en verdad, esas fuerzas jamás existieron en el Tolima, solo existió y existe el egocéntrico “ermitañismo político” que por ser honesto no medra en la politiquería, pero tampoco aporta ideas, sinergias y estructuras a la causa del cambio. 

Como el genuino cambio tolimense no nacerá en círculos del politiqueo sino en la conciencia y voluntad de gente proba, así sea ególatra, creo oportuno recordarles a candidatos que se auto califican como alternativos una frase de J. M. Arbeláez: “Para cambiar hay que cambiar las formas de cambiar”. Esas nuevas formas de cambiar se hallan en las ideas regionalistas, la democracia tolimense y la organización política y nunca en el “ermitañismo político” que, aupado por la egolatría, resulta connatural a la politiquería misma. Estimados alternativos o progresistas, acéptenme un consejo: no se desvaloren insistiendo en que los candidaticen, engrandézcanse liderando el diálogo, el acuerdo y la organización política.

 

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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