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Gonzalo Arango, consideraba que aquel seudónimo de placa de carro, se debía a su desprecio por la popularidad. Y también, como una estrategia para que su patrón no lo echara del puesto al enterarse de que era poeta. Y sobre todo, que era nadaísta.
Sin embargo, el poeta aclaró hace poco en un reportaje en un diario regional, que el X 504 provenía de los tres primeros números de su cédula de ciudadanía (504), y la “X” inicial constituía la “incógnita permanente”, precisando, eso sí, que “la ecuación, puede ser cualquiera”.
Anotaba también Gonzalo Arango, que la soledad de X 504, “era natural como un terremoto, simple como el huracán y la guerra”. Y, resaltaba que el poeta, aceptaba esa soledad, “sin desgarramiento, sin el peso de un castigo o de una cruz”. Y sobre todo, que vivía “como si la eternidad tuviera tiempo de esperarlo mientras él se dedica a vivir”.
Concluía Gonzalo Arango, que la causa de ese seudónimo se debía, a la necesidad del poeta de ocultar su verdadero nombre de cacharrero antioqueño –don Jaime Jaramillo Escobar - que tenía en su registro civil de nacimiento.
Dentro de los poemas de X 504, se considera que “Coplas de la muerte” era una de sus mejores iluminaciones. Vale la pena, por lo tanto, recordarlo releyendo algunos de sus versos de las citadas Coplas:
“La Muerte me coge el pie,/ yo la cojo del cabello;/ si se queda con mi pie,/ me quedo con su cabeza./ La Muerte me coge un brazo,/ yo la agarro con el otro;/cuando amanezca estaremos/ dando vueltas en redondo./ Si la Muerte entra a mi alcoba,/me arrojo por la ventana;/ y si sale y me persigue/ corro al río y me echo al agua. Si me encuentro con la Muerte/ ¡qué susto le voy a dar!/ Le diré que en la otra esquina/ me acaban de asesinar”.
Sin embargo, descubrió un poco tarde una efectiva estrategia para despistarla: “Para que nunca me encuentre/ la muerte aquí me le escondo/ Si les pregunta por mi, digan que no me conocen”.
Al final, y a pesar de eludirla, huir y esconderse tanto de ella, sin resultado positivo alguno, X 504 estoicamente concluyó: “contra la muerte no cabe nada, ni siquiera disfrazarse”.
Y recomendó, como epitafio para su propia tumba:
“Aquí vive Jaime Jaramillo Escobar”.
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