Mi actuar acorralado (7)

Federico Cárdenas Jiménez

… A media tarde escuché una serie de explosiones, gritos, algarabía y un corrillo de gente corriendo despavorida porque acababan de aparecer “los capuchos”…

Aún no estoy seguro si el nombre de “los capuchos” tenía afinidad con lo que realmente eran e inspiraban estos personajes en la comunidad. Ante el solo rumor de su aparición, las personas corrían aterradas buscando refugio y esparciendo el miedo a los demás como una onda en el agua, y ante su presencia, no había espectadores más que los que se encontraran en zonas altas de alguna edificación o en una parte bien resguardada. Puedo decirles que eran temerarios, intimidantes y hacían terrorismo a través de acciones como explosiones y daños a la propiedad. Nadie se metía con ellos, ni siquiera los vigilantes quienes, como relaté anteriormente, estaban amenazados y limitados en sus actuaciones por la soberanía que ejercía el tráfico de drogas en este territorio.

Estos “capuchos” conformaban una escuadra de unos nueve sujetos (si mal no recuerdo, en el argot militar, una escuadra corresponde justamente a nueve soldados al mando de un suboficial); nunca estuve seguro si la integraban mujeres porque siempre aparecían forrados “hasta la coronilla” de un material que parecía una combinación de tela con algo sintético y que no permitía a nadie ver ni el más mínimo detalle de su fenotipo o de marcas específicas en los cuerpos: color de piel, de ojos, de cabello, ni siquiera se veían los zapatos, ni las manos… absolutamente nada.

Caminaban por todo el entorno detonando explosivos –pudo haber sido también que dispararan al aire porque siempre noté que portaban revólveres en sus riatas cuando no era que los llevaban empuñados en sus manos-, iban quebrando vidrios y haciendo marcas en paredes, puertas y automóviles… en una de las veces pude ver cómo vaciaban un líquido en el capó de los vehículos y los encendían provocando por supuesto mucho más terror. Nadie se entrometía en su performance.

Cuando pasaban la frontera institucional, hacían el mismo terrorismo en los locales comerciales del sector: como si fuera una coreografía, los dueños de estos establecimientos iban cerrando sus puertas de persiana y la clientela salía huyendo presintiendo lo peor mientras la escuadra aterradora marcaba sus fachadas cual territorio en posesión de su dueño.

Sus marcas de territorialidad correspondían a grupos al margen de la ley y a consignas políticas que pregonaban la libertad, la defensa de lo público y la ostentación de soberanía en ese lugar.

La estela que dejaba su paso no sólo era el humo polvoriento sino un silencio duradero solo por unos minutos mientras llegaba la certeza que no habría más peligro… personas descompensadas, desmayadas o llorando en alguna esquina hacían comentarios en medio de padrenuestros acerca de posibles bombas que fueran a estallar repentinamente y de la esperanza que algún día apareciera un superhéroe que les hiciera frente y acabara con esta situación.

¿Quiénes eran estos sujetos? Especulaciones iban y venían acerca de su identidad pero siempre relacionadas con el negocio de las drogas en el sector y nexos con guerrilla y paramilitares. ¿De qué servían entonces los guardas de seguridad si no podían hacer nada? ¿Por dónde ingresaban estos sujetos? y si estaban dentro, ¿dónde guardaban las ropas y en qué lugar se vestían de esa forma? Preguntas que no se esclarecieron en esta historia en la que nunca –al menos en el tiempo que desarrollé la inmersión- pudo vislumbrarse algo así como “un final feliz”.

federic.cj@gmail.com

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