Mi actuar acorralado (8)

Federico Cárdenas Jiménez

federic.cj@gmail.com

.. Este lugar estaba cargado de tensión, las cosas podían hacer chispa de un momento a otro y mi posición era en un extraño centro que oscilaba intermitentemente de un lado a otro. Preocupaba el comportamiento de los consumidores respecto de su consumo: era increíble que en estos espacios pudieran ingresar menores de edad, muy menores, en compañía de sus padres y madres -jóvenes también- a permanecer en medio de los espacios de consumo, es decir, se fumaba, se esnifaba, se inyectaba y se vendía droga en medio de niños y niñas, en unos casos bebés de brazos. Cuando los vigilantes iban a hacer llamados de atención recibían beligerancias y en la totalidad de los casos les tocaba ser permisivos con esa situación que a leguas se veía que ya no tenía control.

Decidí entonces hablar con un grupo fuerte de consumidores de marihuana para negociar una salida a este problema. Se trocaron deberes por derechos en una trenza de la que casi no salimos hasta cuando propuse crear un decálogo del marihuanero en el que se consagraran diez principios rectores de la conducta de un consumidor y que serían de obligatorio cumplimiento para aquellos que quisieran tener la cobertura del movimiento cannábico.

Si la conciencia del deber ser había fallado y la norma no era legítima, era necesario entonces sensibilizar sobre el uso de la libertad y generar una autorregulación, y fueron ellos los que uno a uno escribieron el decálogo del marihuanero en una mañana en la que, sentados en un parque, ellos al son de unas cuantas trabas y yo flexible y abierto a lo que se venía, departimos y negociamos sobre el querer y el deber ser.

El reto era que a pesar de haber cosas científicamente comprobadas y/o que estaban en estudio (como las relaciones entre marihuana y adicción o problemas neurológicos o hábitos de vida, estudio, comportamientos sociales, daño pulmonar, entre muchas otras que se han venido hablando en la comunidad científica), para el sentido común y para la tradición eran situaciones que comprometían la dignidad, la integridad y hasta la moral de la comunidad, por lo cual el consenso social entre consumidores y no consumidores sería muy difícil. Incluso, hacer pedagogía de este decálogo entre los mismos consumidores sería complejo pero posible.

El producto de esa mañana fue satisfactorio para ambas partes, diez puntos claros y claves que representaban su pensamiento y el mío. Encontramos que era posible hablar, y hablar sin irrespetarnos y sin imponernos, que yo no tenía que ser consumidor para entenderlos y que ellos no tenían que dejar de consumir para entenderme, se trataba simplemente de reflexionar sobre el ejercicio de la libertad.

La idea gozó de respaldo en la comunidad, se constituyó en un orgullo para los partícipes de esta iniciativa y comenzamos a hacer pedagogía del consumo a partir de este decálogo que inmediatamente fue consignado en una publicación y repartido a diestra y siniestra en este espacio.

No digo que el problema se solucionó, porque de entrada era consciente del grado de dificultad que conllevaba, sin embargo, los cambios comenzaron a notarse, por ejemplo en la disminución de la presencia de menores de edad al momento del consumo, en la ubicación de las personas en ciertos espacios exclusivos para el consumo, pero sobre todo en el involucramiento y empoderamiento de las personas en los procesos que yo venía liderando, en el aumento de propuestas de parte de ellos para desarrollar en este espacio, en la producción intelectual que se fue generando a partir de esta dinámica y en la confianza ganada, que permitió afinar el acercamiento y propiciar mejores condiciones para la construcción colectiva, resultados que siguieron dando frutos en adelante…

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