Unos en la cama…

César Picón

La reforma tributaria presentada por el uribismo es un “atraco a mano armada” para todos los ciudadanos y en especial la clase media del país que verá refundidos sus escasos ingresos entre el pago del impuesto de renta, la gasolina y los servicios públicos más caros por el IVA, y el alza en el mercado mensual por cuenta del encarecimiento de las materias primas para el pollo, la leche, el arroz y los huevos.
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Habrá que salir a las calles para tratar de evitar que, a punta de mermelada, sea aprobada a pupitrazo limpio en el Congreso.

Sin embargo, aunque ahora no es tiempo, algún día habrá que hablar y tratar de resolver el injusto sistema en el que los colombianos desarrollamos nuestra vida económica, en el que por la falta de establecer los incentivos correctos muchas personas naturales terminan por no pagar impuestos o pagar sumas irrisorias en comparación con los ingresos que perciben: unos duermen en la cama y los otros en el suelo. 

Veamos ejemplos concretos. Si alguna vez el lector ha comprado chucherías en un “todo a mil”, en los centros comerciales repletos de negocios informales (digamos un Chapicentro), una pequeña remesa en los supermercados de barrio (que muchos son realmente prósperos), habrá notado que la mayoría de veces (o quizá nunca) ha recibido una factura. Si alguien va a algún bar o discoteca de rumba y termina pagando una cuenta cara, probablemente tampoco recibe una. Si asiste a una cita particular con un profesional, llámese médico especialista, odontólogo, terapista, etc., donde la sola consulta o procedimiento puede costar entre 120 y 250 mil pesos, es posible que allá tampoco le entreguen un documento legal que soporte su pago. Igual pasa con la mayoría de profesionales independientes: abogados, arquitectos, ingenieros, agrónomos, etc. Muchos comerciantes poderosos (mayoristas de plazas de mercado, tecnología, productores agropecuarios, constructores, comercializadores de bienes raíces, etc.) transan bienes y servicios (como personas naturales) por sumas millonarias que muchas veces son pagadas en efectivo para no dejar rastro de la actividad comercial o las registran por apenas una fracción del valor real. Podría gastar el resto de la columna poniendo ejemplos.

Lo anterior es una verdad incómoda que genera rasquiña, pero sigue siendo una verdad. El problema es que esos que duermen en la cama hacen imposible el sueño de los del suelo, porque terminan sobrecargándolos de impuestos. Los primeros no solo no pagan o pagan menos impuestos, tampoco aportan (o muy poco) a seguridad social, desbalanceando el sistema de salud y pensiones dejando la carga exclusivamente en hombros de los asalariados. Ser formal se está convirtiendo en una pesadilla, más aun con esta reforma tributaria que confisca los pocos ingresos de los trabajadores.

Como dije más arriba, ese fenómeno -el que muchas personas naturales no paguen o paguen menos de lo que deberían- podría controlarse no persiguiéndolos como criminales ni imponiendo sanciones y multas, más bien estableciendo los incentivos correctos. Si el fiestero de la discoteca sabe que podrá presentar en su declaración de renta ese “gasto” y así bajar en algo el impuesto a pagar, pues naturalmente va a pedir la factura y la discoteca tendrá que entregársela o vérselas con una denuncia por evasión.

Si todos ponen como en la “pirinola”, la carga será mucho más ligera para todos. Ojalá algún día lo logremos. De lo contrario solo los formales y asalariados seguirán siendo la “diana” sobre la cual clavar todos los impuestos.

CÉSAR PICÓN

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