La madre de las reformas

César Picón

El presidente Petro entregó la semana pasada más de 3 mil hectáreas en Sucre, que se suman a otras que ya han sido reivindicadas para el campesinado en apenas 9 meses de gobierno.
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Ha dado la instrucción de acelerar la adquisición de predios con vocación productiva para cumplir con el mandato de implementar los acuerdos de paz y corregir el grave problema de la tierra en el país.

Las tierras expropiadas a la mafia que antes se arrendaban por pírricas sumas y muchas veces seguían en manos de familiares o testaferros de los delincuentes, ahora se están entregando de manera ágil a campesinos para ponerlas a producir. En el Plan de Desarrollo se acortaron los plazos para poder comprar tierras y se incluyeron mecanismos para complementar todo lo que tenga que ver con la reforma rural integral.

En pocos años podremos ver los resultados de haber sido capaces, por fin, de redistribuir la tierra en Colombia. Bajo el modelo de acumulación, en buena medida improductiva, no hemos logrado más que propiciar condiciones desfavorables en términos económicos y sociales.

Nadie bajo una sana lógica puede explicar cómo pese a contar con una frontera agrícola (tierra fértil) de cerca de 40 millones de hectáreas, hoy tengamos que padecer una peligrosa dependencia de las importaciones de alimentos que, en medio de un dólar alto y los problemas en las cadenas de suministro globales que dejó la pandemia, terminó disparando el precio de los alimentos y especialmente de aquellos que componen la canasta familiar, el resultado es que hoy más de 2.5 millones de familias (más de 8 millones de colombianos) no pueden alimentarse tres veces al día.

Importar 14 millones de toneladas de alimentos por año, teniendo la tierra para producir la mayoría, es un claro fracaso de la política agraria nacional. Que apenas 5 millones de hectáreas de las 40 millones disponibles estén dedicadas a la agricultura y más de 26 millones a la ganadería extensiva con baja productividad, indica que la planificación rural agropecuaria ha sido ineficiente. Que el PIB agropecuario, lo que aporta a la economía del país las actividades del sector, siga manteniéndose a la baja pese al inmenso potencial agrícola, obliga a replantearlo todo. La reforma rural integral se constituye entonces en la madre de todas las reformas. No es viable lograr avanzar en términos de desarrollo rural, si mantenemos a más de la mitad de los propietarios rurales con microfundios y minifundios que no suman ni siquiera el 4 % del área total de la tierra, mientras que el 1 por ciento de los propietarios posee más del 40 % del total del área dentro de la frontera agrícola.

Decir que una vaca en Colombia tiene más tierra que una familia campesina no es ninguna exageración, es simplemente la alegoría a la desigualdad. Eso todos lo sabemos, el asunto es que nunca antes había existido una voluntad real de reformar estructuralmente el sistema imperante. Viene el complemento para proveer conocimiento, infraestructura básica y capital para producir, ese es el compromiso moral y político del Gobierno y el gran reto para asegurar bases sólidas para la paz y la prosperidad.

CÉSAR PICÓN

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