Después de las medallas

Una vez se empieza a disipar la bruma de las competencias, el ruido de las afición y el resplandor metálico de las preseas, vale la pena analizar el panorama inmediato del deporte colombiano al tiempo que estos glamurosos Juegos Olímpicos van llegando a su final.

Después de las medallas y de los efímeros, pero valiosísimos y necesarios, momentos de júbilo que estas le trajeron al país, es inaplazable reconocer la deuda histórica que tenemos con todas aquellas disciplinas distintas del fútbol que siempre han quedado relegadas a un segundo plano, pero que, estadísticamente hablando y de forma paradójica, nos han traído más alegrías que el mismísimo balompié.

Nuestras ciudades han levantado enormes templos y le han destinado buena parte de sus recursos culturales al deporte rey, mientras que han rezagado a los demás atletas a modestas “ligas” que, a excepción de las de Medellín, Cali y Bogotá, no tienen ni la infraestructura ni el músculo económico suficiente.


Esto le da aún más gallardía y valor a los logros alcanzados por los colombianos en Londres 2012, pues las hazañas realizadas se forjaron trabajando con la uñas, saliendo adelante contra todo pronóstico y son las historias personales de cada uno de los titanes que dejó en alto el nombre de nuestro país en esta Olimpiada pruebas fehacientes de ello.


Todos tuvieron que andar un difícil camino y se hicieron a pulso porque muchas veces el Estado no estuvo allí cuando necesitaron un patrocinador que apostara incondicionalmente por ellos.


Colombia llevó la tercera delegación más grande de Latinoamérica para participar de las justas y esto no puede quedarse sólo como un bonito recuerdo de autosuperación, tiene que ser un campanazo al Gobierno para que sea consciente del potencial humano que existe en nuestra juventud y que se está desperdiciando.


Pero no alcanza con una palmada en la espalda y un tweet de felicitación por parte del Presidente, aquí toca sacar la chequera estatal y empezar a girar fondos para un Ministerio del Deporte (como lo tiene Brasil), mejorar las instalaciones de las ligas departamentales, aumentar la oferta de disciplinas y pagar sueldos decentes a técnicos de nivel internacional, sólo así en Colombia el ser atleta se convertirá en una carrera, una profesión, un estilo de vida y no un hobbie.


Urge también fortalecer la autoridad del Comité Olímpico Colombiano y enfocar sus próximos esfuerzos a dar la batalla por la inclusión del patinaje como deporte olímpico, pues resulta absurdo que siendo nuestro país su potencia nos quedemos fuera sólo por no dar el primer paso


¿Cómo es posible que el tiro con rifle de aire sea un deporte olímpico mientras el patinaje se queda en la banca junto con el sumo, el lacrosse y el quidditch?


Después de las medallas esto es lo que nos queda. La tarea es magna y sólo contamos con cuatro años para la próxima cita orbital, pero es por eso que vale la pena. La materia prima está en nuestra gente, sólo necesitamos la voluntad política de querer ser mejores.



Credito
FUAD GONZALO CHACÓN

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