Oxigenar la política

La Reforma a la Justicia de marras se echó para atrás gracias a la ola de indignación ciudadana que las redes sociales permitieron visualizar.

La crisis política que produjo la Reforma a la Justicia puso en evidencia algo que está de bulto en lo que algunos estudiosos denominan el subsuelo político: el agotamiento de los actuales partidos y, más allá, la crisis de la democracia representativa que ha vertebrado nuestras instituciones. Un tema profundo y de máxima importancia para entender la actual coyuntura

La Constitución del 91 avanzó significativamente en el reconocimiento de la avidez de participación ciudadana. Los constituyentes entendieron que las personas cada día quieren que las representen menos y expresarse directamente más. Cada día quieren tomar decisiones por sí mismas y no que otros las tomen por ellas. De allí que instituyera figuras como el referendo, la consulta popular, la revocatoria del mandato, la iniciativa popular legislativa y normativa, el plebiscito y el cabildo abierto. Institutos que van más allá del voto, característico de la democracia de representación. Fue un avance muy importante que infortunadamente los legisladores no han comprendido ni desarrollado bien, como quedó palpable con la ley 134 de 1994, que desarrolló los mecanismos de participación ciudadana con un criterio restrictivo. Para no ser injustos con el legislador de la época, creo que el país tampoco lo tenía tan claro entonces como hoy.


La citada ley casi que anuló los avances constitucionales puesto que los hizo impracticables. Por ello 20 años después algunos de estos mecanismos ni siquiera se han estrenado, el plebiscito, por ejemplo. Y otros, no de menor importancia para el ámbito municipal, la revocatoria del mandato y el cabildo abierto, se quedaron a mitad de camino. Lo que sucedió, para decirlo metafóricamente, fue que los constituyentes mataron el tigre pero los legisladores se asustaron con el cuero. Ahora bien, la vida sigue y la gente está ávida de participar y decidir, para la muestra la acogida que han tenido las redes sociales virtuales, en todo el mundo. La tecnología ha sabido interpretar mejor las ansias de participación que la política. Es una apreciación que tiene validez planetaria. La llamada “primavera árabe” fue posible porque las redes sociales dieron cauce de expresión a los sentimientos y opiniones de los ciudadanos que los gobernantes se negaban a entender, escuchar y reconocer. Y digo, sentimientos, porque en dichas redes más que ideas lo que se expresan son sentimientos: el odio, la indignación, la ira. Twitter y Facebook (y las decenas de redes más que existen) están permitiendo a la gente decir no sólo lo que piensa sino, fundamentalmente, lo que siente. Así de simple.


La Reforma a la Justicia de marras se echó para atrás gracias a la ola de indignación ciudadana que las redes sociales permitieron visualizar. Se produjo a través de ellas un plebiscito ciudadano de facto que nadie convocó, fue autopoiético, es decir, se autoconvocó. Me atrevo a afirmar que éste es el hecho político más importante de este año. Si el presidente Santos no le sale al paso y desactiva dicha ola creo que ésta habría terminado en un tsunami que se habría llevado por delante el Congreso y no se sabe si al Gobierno también. Este es un nuevo campanazo para los políticos y los partidos. El expresidente Pastrana lo reconoció en una entrevista en la revista Semana, cuando dijo: “Los grandes perdedores de todo esto son los partidos y la clase política. Todos fracasaron: el Partido Liberal, el Partido Conservador, La U y Cambio Radical”.


Si los partidos políticos actuales no permiten la oxigenación de la actividad política, terminarán desapareciendo o serán sustituidos. La democracia representativa que practican está agotada. Lo que se impone es la democracia participativa. La historia sigue su curso, sigue su marcha.


Credito
GUILLERMO ÁLVAREZ FLÓREZ

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