Dos palabras

Columnista Invitado

Terminé el colegio cuando aún quedaba en la carrera 5, y recuerdo que tuve la mejor educación que se podía tener en aquella época, pero no me acuerdo que nos hubieran enseñado el significado de dos palabras que hoy en día están de moda: empatía y resiliencia.
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He venido dándole vueltas a la cuestión y supongo que en aquel entonces ya estaba en el diccionario de la Real Academia de la Lengua -RAE-, pero no eran de uso común. Seguro no eran de uso común, lingüístico, digamos, pero sí que su significado lo vivíamos mejor que ahora.

Hoy, 30 años después, el mundo está viviendo el desafío más grande que ha tenido hasta ahora nuestra generación, entendida como todos los que estamos vivos hoy, estamos peleando con un enemigo común, silencioso, peligroso que se ensaña con los más débiles, y en esta situación mundial, brilla por su ausencia aquella primera palabra y necesitamos trabajar en la segunda.

La empatía entendida por la RAE como el sentimiento de identificación con algo o alguien, al igual que nuestros pulmones, hoy está amenazada de muerte. Estamos en un momento que nos demanda más humanidad que tecnicismo, un trasiego de efectos adversos sobre la vida humana que se cuantificarán no sólo por el número de fallecidos, sino por el reclamo colectivo de qué hicimos para aportar o conjurar los efectos adversos de una pandemia racionalmente inesperada.

Sí que se extraña la grandeza humana en esta crisis que estamos viviendo. La incapacidad colectiva de ponernos en los zapatos del otro, la tozudez social y colectiva, con ciertos toques de mezquindad, nos ha llevado a la histeria de oponernos por oponernos a las ideas de los que piensan diferente o simplemente por asuntos de convicción política más que lógica.

¿Por qué nos cuesta tanto como sociedad, reconocer en nuestros gobernantes el altruismo, la bondad y el actuar bienintencionado?

Por qué no somos capaces de reflexionar en que nuestros gobernantes y servidores públicos, que en ocasiones se exponen tanto como el personal sanitario, hacen todo lo que está en sus manos y a veces más por conjurar una pandemia para la cual no podíamos estar preparados. Esta amenaza desde lo público tiene diversas aristas, las mismas que para toda la sociedad, donde es claro que la vida y la salud son el bien primordial por proteger, pero de forma complementaria hay aspectos del bienestar social que son de estricta observancia desde lo público, como por ejemplo: el impacto económico por la caída de ingresos en las empresas, lo cual tiene efecto directo en la estabilidad laboral, los mecanismos de redistribución de la riqueza para aquellos que dependen de actividades cotidianas para obtener su ingreso, la tributación, en fin, un balanza entre la protección y las condiciones de bienestar económico necesarias para conjurar cualquier calamidad económica o sanitaria, en este contexto, no es otra cosa que sintonizarnos como colombianos, bajo el propósito de que lo que se hace es en buena fe, con la finalidad última de evitar una catástrofe en términos de vidas humanas y en condiciones de dignidad y sostenibilidad del sistema económico, por ahora esa es la tarea de todos; después, con las lecciones aprendidas, podremos seguir debatiendo en el mundo de las ideas y escudados desde la trinchera de los teclados.

Veo con inmensa tristeza las redes sociales, leo y oigo y trato de desmentir (cuando ello no implique una posición oficial) las mentiras que circulan en el chat de las tías, y ahí me pregunto: ¿cuál es la razón que mueve a alguien, en estos tiempos insisto, a generar pánico, animadversión y crítica destructiva? y así, ¿será que nos queda muy difícil pensar que afuera la gente está muriendo y que cada uno de nosotros puede aportar algo a la solución?

Acá no estamos hablando de ideologías o caudillismo, estamos enfrentados a una pandemia, que cobra vidas de todos sin distingo de credo, raza o convicción política. El enemigo común es el virus, no las personas que día a día se levantan y dejan sus familias para hacerle frente a esta emergencia. Superemos nuestras barreras ideológicas, no contribuyamos a la pandemia de la desinformación, que si bien no cobra vidas, sí nos fragmenta como país. No demos por ciertas las afirmaciones tanto del detractor que sólo está pensando en su próxima campaña y no en la solución del presente, como la del youtuber desinformado que sólo quiere ganar seguidores. Parte de nuestra contribución a la sociedad en estos momentos es ser responsables con el manejo de la información, analicemos antes de compartir, y tengamos empatía antes de opinar. ¡Qué mal parados nos está cogiendo la adolescencia del siglo veintiuno!

A pesar del desuso de la empatía, de ésta vamos a salir y creo que saldremos fortalecidos, saldremos mejor, saldremos más sabios, entenderemos que nuestra vida debe volverse cada vez más sencilla, que debemos encontrar el verdadero significado de la felicidad, estamos entendiendo que en algún momento da igual tener dinero o no, simplemente porque hay cosas que no se solucionan así: la familia, el amor y sobretodo la vida. Es acá donde aparece la resiliencia que no es otra cosa diferente a la capacidad de adaptarnos a la adversidad, y esa adaptación nos va a dejar muchas dudas sobre aspectos que hoy en día no la tienen, por ejemplo: ¿qué sentido guardan tantos formalismos, controles, trámites y pasos que contempla nuestro profuso ordenamiento jurídico cuando estos se enfrentan a proteger la vida? ¿De qué sirve ser el dueño de parte de la información sino se comparte con todos los demás? para, entre todos, encontrar una salida que nos beneficie como sociedad, ¿seremos conscientes de que las acciones de uno no sólo me impactan a mi sino a todos los demás?

En fin, creo que estamos en un momento tan retador como de oportunidad. Lo que hagamos hoy como sociedad, nos definirá mañana. La incertidumbre aún es alta, los retos venideros incalculables, pero las enseñanzas que debemos aprehender (sí con h) también son infinitas, pero con una ventaja que no habíamos tenido jamás y es que todos arrancaremos del mismo punto; hoy nadie sabe cómo será el día después, nadie sabe qué pasará cuando se encuentre la vacuna y volvamos a viajar y a abusar de la naturaleza, nadie sabe qué pasará después cuando este COVID-19 evolucione y no sepamos cómo volverlo a enfrentar. Lo que sí sabemos, es lo que aprehendamos y aprendamos, ojalá no desechemos el mensaje que estamos recibiendo y seamos resilientes y no seamos como antes, sino mejores. Está en nuestras manos lavarlas y conservar aquello que nos hace humanos, colombianos y mejores.

“Tal es la naturaleza de las emergencias, aceleran los procesos históricos en fast forward”

Yuval Noah Harari

Germán Eduardo Quintero Rojas

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