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A la muy noble y muy leal Villa de las Palmas

Columnista Invitado

La basta y rica historia de Purificación sorprende. Y cómo no, es uno de los municipios más antiguos de Colombia, un importante fuerte militar durante la guerra de exterminio a los pijaos iniciando el siglo XVII, ubicado en el llamado “Castillo de las Palmas”, fortaleza de los españoles, en lo que hoy conocemos como “El Plan”.
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En esta Meseta del Palmar estuvo el caney del Cacique Yaporox, luego de la conquista y colonia, esta Meseta vio nacer la villa fundada con el nombre de “villa de la Purificación de Nuestra Señora” el 25 de mayo de 1664. En este mismo lugar se levantaron los primeros planos de la ciudad que, además, constituyen uno de los más tempranos ejemplos de cartografía urbana en el país; por aquí también llegaron los Comuneros comisionados por José Antonio Galán en 1781 a alborotar la revolución en Purificación que años después, en 1813, declararía su Independencia absoluta. Todo pasó en El Plan. Pasó Nariño con su ejército libertador, pasó Bolívar y se quedó varias veces en una de las Casonas más antiguas del país, la actual cárcel municipal. Esa misma casa fue la sede principal de la Nueva Granada, cuando Purificación fue capital provisional de la República de la Nueva Granada en 1831, pero además fue capital del Estado soberano del Tolima entre 1861 y 1864. Finalmente, como dato glorioso, fue Capital de la República del Centro en 1886.

Si sorprenden todos estos momentos de gloria de Purificación, sorprende aún más el desconocimiento y la pérdida de valor que ha tenido esta riqueza histórica en el municipio. Basta sólo con ir a la actual “casa de la cultura”, casi en ruinas, para percibir a simple vista la importancia que le da el municipio a la cultura y a la historia. El tema cultural se redujo a las fiestas de diciembre que, como los pozos petroleros que rodean a “Puri”, se volvieron más una “maldición de los recursos” que una fuente de crecimiento. 

Los valores más importantes que cohesionan una sociedad son el sentido de pertenencia y la identidad cultural, los cuales se desarrollan y se afianzan con el conocimiento de las historias locales, la participación, la veeduría… todo ese tipo de cosas que denotan un arraigo al territorio y a sus raíces. Me cuesta mucho ver ahora cuáles son las raíces que sostienen a la Purificación de esta época.

Mi historia en Purificación comienza cuando mi abuelo llega como maestro a este municipio y se enamora de unos ojos indios purificenses, que bien podrían ser herencia de los Poincos. Esos dueños originales de la tierra de “Puri” que algunos libros describen como “formidables, de hermosa presencia y excelentes artistas”. De ellos tampoco se conoce mucho de su historia, pero nos dejaron las historias de Mohanes y madresmonte o la palabra guambito, que cuando la digo en otro lado nadie entiende. 

Mi abuelo ha sido mi memoria histórica y cultural. Su primer recuerdo de “Puri” es de un lugar lleno de calles frutales, de mamoncillos y naranjos. Con él crecí entre serenatas de bambucos, guabinas y pasillos; viéndolo pintar sus murales con Bogas, canastos, esteras o recogiendo fósiles por las orillas de ese Magdalena purificense, que fue navegado por indígenas, tropas y comerciantes. Ese río sí que carga historias. Vivió la abundancia de estas tierras con su puerto en todas sus épocas.

De Puri vienen mis raíces. Las descubrí celebrando un año nuevo chino en París, cuando por 1 euro me daban 3 inciensos para pedir 3 deseos. Un viejito chino, dueño del altar donde se ponían los inciensos, me dijo “pídeselo a tus ancestros, porque un árbol sin raíces nunca crece”. Esa sabiduría china de 1 euro me hizo cerrar los ojos y pensar en mi purificación. Así como Vargas Llosa cuando dijo “en París me descubrí latinoamericano”, yo en París me descubrí purificense. Extrañé un amanecer sobre el puente viendo el Magdalena, el olor de los hornos de barro con achiras en Chenche y las serenatas del tiple de mi abuelo.

Ahora, cuando vuelvo a Purificación, me duele ver el abandono, la falta de dolientes ante la corrupción y el descuido, la comodidad y la normalización del estancamiento de un municipio con todo el potencial y los recursos suficientes para ser mucho más. No se trata sólo de personas corruptas y malas administraciones, es un problema cultural, de sentido de pertenencia, de concepción de lo público y lo colectivo y de falta de amor. Quisiera ver a mi “Puri” apropiada de sus asuntos, mostrando su historia y su vasta cultura con orgullo, sus paisajes, su desconocido corredor rupestre y las mil historias más que debe tener entre sus montañas ¿Cómo despertarles ese amor a las nuevas generaciones?... Miremos nuestra historia. Volvamos a las raíces.

María Camila Albarán

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