Mujeres tejiendo nuestro destino

Columnista Invitado

Una leyenda japonesa cuenta que las personas destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo desde su nacimiento. Si este hilo existe, debe llamarse educación: el verdadero hilo del tejido social.
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Susan* es una servidora pública de Filadelfia, al este de EE. UU. Además, es madre de dos niños y, junto a su esposo, constituyen una de las familias de acogida temporal para los más de 400 mil niños en situación de desamparo que registró el US Children’s Bureau, en 2020. Hace 9 meses, esta familia recibió a David*, para darle el amor y los cuidados necesarios para que se convierta en un niño sano y feliz. Pero hace unas semanas, un juez resolvió entregar su custodia a un familiar que no cuenta con las condiciones ideales, el tiempo suficiente y la disposición deseable para la crianza de este pequeño. Al enterarse, Megan no pudo más que aceptarlo y llorar toda la noche; todo niño necesita alguien que esté loco por él.

Sin duda, cuesta imaginar que las cosas saldrán bien para David, pero hay una posibilidad, una esperanza: la educación. La única manera de que David corte el hilo de pobreza y desdicha que lo ata es que reciba una educación gratuita, equitativa y de calidad. Justamente, esa es la meta que, de aquí a 2030, la sociedad global debe alcanzar para beneficio de 260 millones de niños en el mundo, a través del Objetivo de Desarrollo Sostenible No. 4.

Desde luego, su consecución está principalmente a cargo de los gobiernos, pero vivimos en un tiempo en que la ciudadanía no puede seguir dejando las decisiones y acciones exclusivamente en manos de quienes ostentan el poder político. Para aportar al tejido social, el hilo se enhebra mirando a nuestro alrededor y, ante cualquier injusticia, preguntarnos qué está sucediendo, por qué, cuáles son sus efectos y qué podemos hacer para contribuir a remediarlo. Creo que Megan y su familia lo saben.

Tal vez, un mejor destino para David sea posible. Tal vez, el hilo que lo conectó con Megan, algún día lo lleve a la profesora Ameena Ghaffar-Kucher, directora de la maestría en Desarrollo Educativo Internacional que hoy curso, en la Universidad de Pensilvania.

Con una pregunta poderosa, la profesora nos recibió en su clase: “¿Y ustedes qué le agradecen a la vida?”. Por supuesto, estudiar en la mejor facultad de Educación de EE. UU. fue la respuesta inmediata; una respuesta nos obligó a pensar en el impacto de las decisiones y acciones de nuestras familias en el destino de nuestras vidas. Pensé en David y en su hilo. 

Estos no son datos curiosos: hoy, soy parte de una cohorte estudiantil abocada por la pedagogía y el liderazgo educativo, compuesta en un 80 % por mujeres de todas las esquinas del planeta. Las mujeres somos las tejedoras del poder en el siglo XXI. Cada día, somos más las que asumimos compromisos personales, familiares y profesionales por los cambios sociales que queremos y necesitamos.

*Los nombres fueron cambiados para proteger su identidad.

 

PAULA DELGADO MORALES

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