No son malentendidos, son abusos

Columnista Invitado

No son malentendidos, son abusos que en tiempos pretéritos y según las épocas fueron costumbres, admitidos, ignorados. En ninguna época una mujer ha podido/puede sentirse bien al recibir caricias o cualquier maniobra de seducción (¿?) no deseadas. A ninguna doncella de la Edad Media europea le podía gustar que el señor del castillo tuviera el privilegio de desflorarla antes de que ella estrenara el lecho conyugal con su esposo. A ninguna mucama le gusta recibir “besos robados” o “manos imprudentes” recorriendo su cuerpo. Y, ninguna mujer disfruta que se le condicione su puesto de trabajo a “portarse bien” con uno u otro.
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En una entrevista por Caracol algún político, señalado de abuso o acoso sexual a mujeres estudiantes cuando era docente universitario, insistió en que jamás quiso ofender a nadie, que se trató de malentendidos y que las estudiantes lo mal interpretaron. ¡Otro hombre incomprendido! 

Las costumbres cambian y, como se sabe, son muchas las conductas que fueron en un tiempo no solo legales y legítimas sino alabadas y recomendadas, y que ahora son mal vistas, o prohibidas y sancionadas. Ejemplos son la esclavitud, las violencias hacia las mujeres e infantes, el maltrato animal, la “justicia” por manos propias, la pedofilia (aceptada en la Grecia antigua), la castración para que eunucos cuidaran el harem o niños cantantes conservaran su voz, etc.

Señores, tienen que aprender a vivir con su tiempo y el acoso/abuso sexual ya no son formas de seducción, menos un derecho;  son delitos. No importa que mujeres conocidas de Francia, entre otras Catherine Deneuve, firmaran una declaración en defensa de hábitos de seducción, a veces asimilados a la caballerosidad, en la que revindican el “derecho a ser importunada”.  Manifiesto criticado por numerosas mujeres con una reevaluación del “amor romántico”, sin que por ello rechazaran toda manifestación de cariño, siempre cuando sea de su agrado y compartida. 

Lo que reivindicamos las mujeres es el derecho a elegir y a decir no, sin tener que gritarlo y sin morir en el intento. ¡Señores! dejen de creerse deseados por todas las mujeres y pónganles límites a sus ejercicios de seducción. Recuerden que el amor y la seducción no deben doler, pero sí ser de agrado mutuo.   

CHRISTIANE LELIÈVRE

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