Salud de los bancos

Columnista Invitado

La crisis bancaria naciente en EE. UU. cogió descuidados a los mercados. En estos tiempos de comunicación hipersónica y con la inteligencia artificial acumulando conocimiento, los actores económicos deberían haber previsto que el contexto desde 2019 llevaría a tiempos difíciles al sistema financiero en el mundo, empezando por China. Los operadores fueron sorprendidos. Los controladores en EE. UU., sin embargo, parecen tener un buen y rápido plan de salvamento que evite pánico y contagio.
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La pandemia produjo remezones: En lo sanitario, aún no sabemos si habrá mutaciones del virus cada vez más difíciles de detectar y más peligrosas; y los efectos secundarios de un virus que parece creado por el hombre en China, siguen apareciendo en pulmones, corazón, memoria y sentidos de los afectados. En lo económico, produjo gasto público excesivo que se financió con deuda masiva de los gobiernos, políticas de liquidez excesivas de los bancos centrales y organismos financieros multilaterales, subsidios a diestra y siniestra, parálisis del comercio mundial, tasas de interés cercanas a cero y mayor desempleo. En lo social, todavía estamos pendientes de cómo evolucionará la comunicación virtual en las familias y entre personas jóvenes y viejas.

Los efectos económicos de la COVID y de las políticas adoptadas por las autoridades, generaron lo que para nadie puede ser una sorpresa: primero desempleo, luego gran inflación, luego desespero de los bancos centrales, luego subida empinada de las tasas de interés y políticas contraccionistas. Eso desacelera la economía, hace que las empresas y las personas encuentren mayores dificultades para pagar sus créditos y para generar ahorros. La desaceleración genera más desempleo y la caída en los ingresos de personas y empresas aprieta aún más la capacidad de pago, con daño a la salud de los bancos.

El camino ya lo había recorrido EE. UU. con quince recesiones el siglo pasado y, entre septiembre de 2008 y mediados del 2014, con la crisis financiera que había empezado con el siglo XXI. Ésta se dio por la laxitud de los reguladores frente a la seguridad de las inversiones de algunos bancos y operadores, y se disparó con la quiebra de Lehman Brothers el más grande banco de inversión del país.

Ahora se repite el ciclo: del exceso de liquidez pasamos al sobreendeudamiento, inflación alta, desempleo, sequía en el ahorro, acelerado aumento de los intereses y de la cartera morosa de los bancos. Por qué entonces sería diferente esta vez? Las consecuencias sobre los sistemas financieros globales y locales de semejante despelote, no van a tardar. Lo primero que implosionó fue la red de criptomonedas. Me temo que la crisis del Silicon Valley Bank y del Signature Bank, son apenas aperitivos de lo que se viene. La buena noticia es que la administración Biden y los órganos de supervisión y control actuaron con la celeridad que el caso impone, aunque no evitaron que la falta de preparación de los mercados deteriorara su valor y funcionamiento.

Los ahorradores esperan que les devuelvan sus depósitos, así sea con plata del erario público proveniente de emisión o de deuda como siempre se acostumbra. Los accionistas y trabajadores quedan descubiertos y el crecimiento económico se ve amenazado.

Colombia tiene un sólido sistema financiero, pero no olvidemos que quienes se jactaban de tener un sólido sistema inmunológico, contrajeron la COVID. Que no se ponga ahora el gobierno con florituras ideológicas si, como ojalá no tenga que hacerlo, debe apoyar algunos actores de la red bancaria. Que deje actuar al Banrrepública coordinadamente con Hacienda y la Superfinanciera, instancia que está para vigilar a los bancos y no para forzarlos a gorrazos a bajar unas tasas de interés que mitigan los riesgos del sistema financiero.

El dinero es el oxígeno de la economía, el sistema financiero es el aparato pulmonar y los bancos el corazón. Cuando necesiten aire hay que dárselos sin demoras.

LUIS CARLOS VILLEGAS

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