Dos últimos años

Columnista Invitado

Ayer se cumplió la mitad del periodo presidencial de Gustavo Petro y hoy inician los últimos dos años (ojalá) de su mandato. Los días del “gobierno del cambio” han transcurrido entre escándalos, peleas innecesarias e incertidumbre.
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La corrupción tocó las fibras del gabinete presidencial; el clientelismo ha estado a la orden del día; y la politiquería de siempre está cada vez más posicionada. Ni la oposición pensó jamás que el panorama sería tan desalentador para el presidente o su partido. Un país como el nuestro arrastra un pasado que hace difícil la gobernabilidad, pero pareciera que desde el Palacio de Nariño han optado por tomar el camino más difícil y tribulado.

Nadie se explica cómo es que, por ejemplo, a pesar de tantos escándalos y conflictos, Armando Benedetti es hoy embajador ante la FAO; o por qué razón nadie detectó la feria de contratos corruptos que se entregaron en la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo; o qué futuro pretende el presidente para el sistema de salud. Tal y como lo he dicho en este espacio antes, Gustavo Petro es impredecible; cada día como primer mandatario sorprende incluso a sus más cercanos colaboradores.

Debo confesar que cuando el Pacto Histórico logró llegar al oficialismo, tuve la esperanza de que la transición a un gobierno de izquierda traería mejores resultados. Creo firmemente en la equidad social, la igualdad de género y de oportunidades, y la necesaria intervención estatal para impedir el abuso de las posiciones de poder; todo dentro de los límites del Estado Social y Democrático de Derecho. Las reglas deben ser siempre respetadas, dado que (como ha venido sucediendo) las probabilidades de que los oprimidos se conviertan en opresores son altas. Precisamente por ello existen los contrapesos en el poder público y la Constitución fija una serie de barreras que impiden los excesos durante cualquier mandato.

Firmemente creo que la izquierda colombiana perdió una oportunidad irrepetible para mantener el poder y concretar los cambios que tantos queremos. No se trata solamente del presidente, sino en general de todos los miembros de los partidos. Basta con ver la actitud de varios de los altos funcionarios del Gobierno Nacional, que siguen más preocupados por hacer activismo que por ejecutar el plan de desarrollo. Luego de dos años siguen sin entender que la retórica no calma el hambre ni alivia los dramas sociales. Infortunadamente, es probable que las consecuencias de esto las veamos en un par de años, cuando llegue el coletazo a la extrema derecha; ojalá y me equivoque.

 

Rodrigo Javier Parada

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