104 vidas

Daniel Felipe Soto

Cada día viene con sus afanes. Lo aterrador es que en un país como Colombia, los afanes, por lo general, vienen teñidos de sangre, violencia y muerte.
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Desde que el Gobierno nacional decretó la emergencia por el coronavirus se cuentan 104 feminicidios en el país. La situación de la mujer cada vez es más riesgosa, el confinamiento ha encerrado bajo el mismo techo a la víctima con su victimario, y el Estado ha sido incapaz de responder a las necesidades de protección de miles de mujeres.

Mientras los colectivos feministas se hacen más fuertes, a medida que se construyen discursos de empoderamiento femenino, aparece la respuesta de la sociedad patriarcal y machista que se resiste a desaparecer. Su respuesta política es diáfana: violencia. El mecanismo de dominación que ha sido usado desde siempre para someter a quienes se ha creído tener el derecho de colonizar, de someter, de esclavizar.

Estamos tan habituados a la muerte que las víctimas se contabilizan en cifras frías. Pierden casi por completo su humanidad y su individualidad. La respuesta institucional no deja de ser meramente discursiva, cargada de lugares comunes, vacía de acciones concretas y eficaces. Se sigue pensando que la violencia contra la mujer es un problema aislado más no estructural de la sociedad colombiana. Somos un país enfermo, violento, colonial y machista. Mientras la institucionalidad no lo reconozca, no tendremos las soluciones adecuadas.

La respuesta del Estado debe ser eficaz. Y para que esto suceda, la política debe encaminarse al fortalecimiento de las rutas de atención con enfoque de género. Los Municipios son los responsables de las Comisarías de Familia, pero tristemente las administraciones municipales no comprenden el rol fundamental que desarrollan en la lucha contra las violencias hacia las mujeres. El Plan de Desarrollo “Ibagué Vibra 2020-2023” así lo demuestra. Para la alcaldía de Ibagué, la lucha contra las violencias hacia la mujer se limita a ejecutar campañas publicitarias y llenar de palabras vacías las redes sociales o discursos del mandatario. Pero no fortalece en absoluto el componente Institucional.

 Se necesita la destinación de recursos para la atención de las mujeres víctimas de violencias, tal como lo ordena la Ley. De nada sirve la habilitación de líneas telefónicas para “orientación” si las autoridades administrativas responsables, como son las Comisarías de Familia, no pueden garantizar el cumplimiento de las medidas de atención y protección. Si las Instituciones del Estado cumplieran el rol que les corresponde en la atención a las víctimas de violencia, se podrían evitar los feminicidios. Una pandemia que va en aumento y lejos se ve la posibilidad de aplanar la curva. Los sueños de Daniela, Yenny, Heidy e hija, y cientos de miles de mujeres más se esfumaron por las manos asesinas de quienes se creyeron con derecho sobre ellas. No son sólo 104 casos, son 104 vidas que se perdieron por el odio y la indiferencia. Cientos de mujeres víctimas serán solo humo en la imaginación, si la sociedad indiferente y cómplice no decide superar la anacrónica ideología conservadora y machista.

Tristemente, cada día viene con sus afanes y sus muertos. Y nos hemos acostumbrado tanto a eso, que sería supremamente extraño siquiera imaginar un país en paz. A veces se me ocurre pensar –soñar- que, como Saramago, la muerte tomará un descanso, así fuere breve, y se sentara a disfrutar por un instante la Suite número seis de Bach o a reflexionar sobre su desafortunado trabajo. Cómo sería Colombia si esa muerte violenta que trabaja sin descanso en nuestro país decretara, por ejemplo, unas semanas de intermitencia.

DANIEL FELIPE SOTO MEJÍA

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