El servidor del pueblo

Fuad Gonzalo Chacón

Diez de la noche, Jueves Santo y casi un millón de televisores en España sintonizan el canal cinco para ver a un Volodímir Zelenski de improvisada pijama levantarse tarde para ir a trabajar en la escuela donde ejerce como profesor de historia. Afuera, su madre no le ayuda a planchar la camisa, su padre mira divertido cómo se le desborda el café que dejó en el fogón y hasta su sobrina le roba el turno en el baño durante un descuido. Entonces, aquella cotidianidad hogareña se ve interrumpida por la inesperada irrupción por la puerta de los agentes del servicio secreto ucraniano. Buscan con urgencia a Vasyl Patrovych, el alter ego de Zelenski en la ficción, a quien notifican, entre sobrias enhorabuenas, que acaba de ganar las elecciones presidenciales de su país.
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Esta es la primera escena de Servidor del Pueblo, la serie cómica de tres temporadas que en 2015 catapultó la carrera política de Zelenski, al punto de bautizar a su movimiento con dicho nombre, y que hoy lo tiene en un pulso de poderes ante Vladímir Putin, sobre quien, irónicamente, no escatimó oportunidad de hacer un par de bromas durante algún pasaje del primer episodio. Tras una incisiva campaña de expectación de varias semanas, el lanzamiento de la serie no estuvo exento de polémicas sobre oportunismo mediático y el dilema moral de ganar audiencia a costa de frivolizar algo tan delicado como la invasión rusa. Tras no perderme ni un segundo de su estreno solo puedo decirles a aquellas voces que están tremendamente equivocadas.

Desde siempre, las guerras se han librado en distintos planos más allá del campo de batalla y uno de ellos, como no podía ser de otra forma, es el cultural. Y es justo ahí donde Servidor del Pueblo es una pieza clave de la resistencia a dos bandas: primero, al revelarnos la faceta más humana de Zelenski nos permite empatizar aún más con su causa y, segundo, derrumba los prejuicios que todavía perviven inconscientemente en nuestras mentes respecto de los antiguos territorios soviéticos. Y es que, con cada nueva toma de Kiev, el espectador descubre una ciudad majestuosa, moderna y cosmopolita que, a simple vista, en nada dista de Madrid, París, Roma o cualquier otra capital europea. Esto forzosamente acerca el conflicto a la gente y les hace darse cuenta de que el país bombardeado por el Kremlin no es cualquier territorio remoto y lejano, sino uno muy parecido al suyo propio.

Así pues, para todos los que llegamos precavidos al debut de Servidor del Pueblo esperando chistes ucranianos bizarros y referencias internas imposibles de captar, nos dimos de bruces con una serie altamente disfrutable y secuencias que hoy parecen escritas por un guionista de exquisito humor negro, como aquella en la que Zelenski conoce a su doble (interpretado por él mismo, pero fingiendo un ojo virolo para que lo distingamos), el cual, según le dicen, “ha sido contratado para recibir por él los disparos de los francotiradores, aunque esperemos no tener que llegar a eso”. Me tuve que reír para no llorar.



 

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Fuad Gonzalo Chacón

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