¡Divino tesoro!

Guillermo Hinestrosa

En el Prado hay un cuadro de Goya: “Cronos devorando a su hijo”, que de niño encontré en la enciclopedia Salvat. Horrorizado le pregunté a mi padre cómo era posible que alguien pudiera concebir un acto tan horrendo.
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Se sentó a mi lado y trató de explicarme el mito griego sobre el apego al poder. El dios devoraba a su progenie temeroso de que algún día sus hijos lo destronaran, como finalmente lo hizo Zeus. Desde entonces cuando voy a ese museo me detengo a observar el símbolo de las batallas perdidas que libran los adultos contra música, léxico, moda, intereses y necesidades de los jóvenes.

El conflicto intergeneracional es una constante en todo tiempo y lugar, pero lo que vive hoy Colombia desborda plazas, calles, redes sociales y apunta a darle un revolcón a las instituciones políticas, educativas, las leyes laborales y de emprendimiento; lograr interlocución, transparencia, eliminar privilegios, nivelar oportunidades. 

Se dice que las rebeliones no las causa la pobreza sino el empobrecimiento. La pandemia borró de un tajo 20 años de avances. 6,3 millones de colombianos cayeron en pobreza y ya suman 28,5 millones (57% de la población). 7’5 millones de compatriotas están en situación de miseria (pobreza extrema). La impericia del gobierno nos tiene llorando sobre la leche derramada.   

Más nos vale tomar en serio a los jóvenes. De los 10’990.268 colombianos entre 14 y 26 años, 3’626.788 que no trabajan ni estudian (Dane, ninis 2020). Pese a ser más educadas las mujeres, la brecha de género es enorme: 2’357.800 mujeres y 1’268.988 hombres gritan en las calles su rechazo a un presente sin perspectivas. Del desempleo no se libran los profesionales. El Observatorio del Ministerio de Educación dice que cada año graduamos 300.000 estudiantes, pero el 25% no consigue trabajo. Según el BID “Se sabe que el desempleo en edades tempranas compromete permanentemente la empleabilidad futura de las personas y genera patrones inadecuados de comportamiento laboral para toda la vida”. 

El desengaño de los egresados lo explica la remolona adaptación de los sistemas educativos al cambio tecnológico, principalmente en las instituciones públicas. Las calificaciones de la oferta no corresponden con las que demanda el mercado ni la vida moderna: inglés, comprensión lectora, economía digital, educación cívica, cambio climático. Un desajuste reproductor de exclusión social que a Estado y magisterio no parece preocuparles. 

El Dane reseña que la población entre 18 y 25 años tuvo la menor participación en las elecciones presidenciales del 2018. Quizá este desdén por la política explique la facilidad con que los dinosaurios de la CUT instrumentalizan la protesta juvenil, para ordeñar instituciones ineficientes, resistentes al cambio y urgidas de reformas que puedan sacar a Colombia del foso del atraso, la corrupción y la impunidad. ¡Sigamos el ejemplo de Chile y salgamos a votar, muchachos!

Aunque al revisar el listado de beneficios laborales y pensionales que los sindicatos públicos obtienen con el caos de los paros que convocan, no nos quede otra que exclamar con sus nóveles compañeros de causa: ¡Senectud, divino tesoro!

GUILLERMO HINESTROSA

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