¿Una flor para mascar?

Guillermo Hinestrosa

Estudié en el colegio Jiménez de Cisneros con los hijos del alcalde, la modista, el carnicero, el pediatra y el profesor. Jugábamos sobre las aceras de los andenes Vuelta a Colombia con tapas de gaseosa rellenas de vela derretida; cazábamos pájaros con cauchera y visitábamos a la novia en bicicleta.
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Los más inteligentes pasaron en la Universidad del Tolima a estudiar Veterinaria, Agronomía o Bellas Artes (únicas opciones de la época). Otros salieron a trabajar con sus padres y algunos nos fuimos a Bogotá en un acto de fe: “Dios ajustará las cargas para los otros cinco” dijo mi viejo y así ocurrió.      

Fui criado entre ideales contradictorios: un catolicismo puritano que insistía en tradición, familia y caridad; un marxismo que se expandía abogando la revolución violenta como único camino para conseguir una igualdad real y un movimiento hippy que predicaba hacer el amor y no la guerra, fumando marihuana. Soñábamos un futuro mejor. Nadie quería ser millonario, pero sí médico, ingeniero, enfermera o político; esto último como proyecto de vida para lograr una sociedad más justa. Eran tiempos del Frente Nacional. Millares de desplazados por la Violencia invadían las riberas del río Combeima y las líneas del ferrocarril. Sus niños golpeaban las puertas pidiendo “comidita”. 

Hoy todo el mundo busca el dinero y a nadie le importa el prójimo. Las utopías murieron y la política se convirtió en otro medio de hacer fortuna fácil. La desesperanza asfixia a una juventud huérfana de altruismo. Quizá vivamos una “Primavera Andina” similar al ciclón político que diez años atrás destronó a Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia, Ben Alí en Túnez y mantiene en guerra civil a los sirios. Todo empezó cuando la Policía despojó a un vendedor ambulante de sus mercancías y confiscó sus exiguos ahorros. En respuesta se inmoló, iniciando un efecto dominó que no produjo ningún cambio social significativo en el mundo árabe.    

Aquí la chispa fue la Reforma Tributaria, en Chile un alza del metro y en Ecuador de la gasolina. Sediciones no inspiradas en nobles ideales sino en la indignación, el resentimiento, la rabia. La rebelión de los ninguneados. Esos compatriotas que sobran para clanes políticos como los Aguilar, los Char o los Barreto. “Gente de bien” que ha hecho del sector público su coto de caza.      

No obstante, quienes están corrigendo los modelos de sociedad del Siglo XXI son adolescentes. Los talibanes atentaron contra la vida de Malala Yousafzai, por defender el derecho a la educación de las niñas en Pakistán. Greta Thunberg, estudiante de noveno grado, suspendió en 2018 sus estudios, en Suecia, denunciando la crisis existencial que enfrenta la humanidad debido al cambio climático. Señaló a la generación actual de gobernantes como responsable de poner en riesgo el futuro de los jóvenes, al no hacer nada por remediar la situación. Valientes opositoras a la misoginia, el fundamentalismo islámico y la avaricia. Transforman el mundo con el poder de su voluntad y la fuerza de sus argumentos.

Hay que llenar de contenido político la fuerza juvenil que se levanta en Colombia. No es con violencia, puritanismo abstencionista ni buscando una flor para mascar como cambiaremos esta sociedad enferma, sino sacando a los usufructuarios del poder con la fuerza del voto; exigiendo transparencia, reformas que garanticen la seguridad alimentaria, la preservación del medio ambiente y una democracia participativa a la que le rindan cuentas claras. ¡Las vías del referendo y la revocatoria están abiertas, muchachos!

GUILLERMO HINESTROSA

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