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Jamás olvidaré el entusiasmo que despertó en la juventud esa misión colectiva de salvar a Colombia. No exagero: el movimiento universitario de la Séptima Papeleta se autodenominó: "Todavía podemos salvar a Colombia”. Álvaro Gómez Hurtado, cofundador de “La Sergio”, rebautizó su partido como “Movimiento de Salvación Nacional”. Los colombianos estábamos sitiados por la mafia, que detonaba bombas en centros comerciales, plazas y vías públicas; estallaba aviones en pleno vuelo y masacraba humildes ciudadanos que almorzaban en una cafetería o hacían fila ante despachos oficiales. Los magnicidios de Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara, Guillermo Cano, Enrique Low y otras figuras públicas, pretendían someternos a la voluntad del narcotráfico. Luego el cartel de Cali casi lo logra “por las buenas”.
La Constituyente nos redefinió. Acrisoló la mixtura de razas, culturas y capas sociales que somos. El M-19 incluyó a la poetisa María Mercedes Carranza, al ex presidente de la SAC Carlos Ossa, al historiador Orlando Fals Borda, al futbolista Francisco Maturana y a destacados sindicalistas como Angelino Garzón o el tolimense Abel Rodríguez, entre otros. Los liberales acogieron al líder de los estudiantes, Fernando Carrillo; los indígenas eligieron dos, pero la sorpresa política la dimos los cristianos al conseguir un par de asambleístas, que nadie esperaba.
Meses después invité a Jaime Ortiz Hurtado (exconstituyente y exsenador de Unión Cristiana) a dictar una conferencia en el Club de Ejecutivos de Ibagué. Luego fuimos a la Iglesia Presbiteriana de la Calle 13. En su sermón se refirió a las mallas metálicas que aún protegen los vitrales del templo, recordando que era tradición de las procesiones de Semana Santa destruirlos a pedradas. “Tiempos por fortuna idos, como la confesional, centralista y autoritaria constitución de 1886”, dijo, con notoria claridad.
No nos luce a los cristianos fungir como aliados de esa facción nostálgica de taras sociales del pasado: intolerancia religiosa, racismo, machismo, xenofobia, homofobia, que desató Donald Trump en las derechas sudamericanas. Avalar el fraude, la violencia y la mentira como valores cristianos. Condenar al débil y absolver al poderoso, con tal de que este último se oponga, públicamente, al aborto y al matrimonio gay.
Escuchemos mejor a Ángela Merkel. Nacida en Alemania Oriental, luterana practicante, iniciada en la política en 1989, una vez caído el Muro de Berlín; Canciller durante 16 años por el partido Unión Demócrata Cristiana: “La fe y la religión son la base sobre la que yo y muchos otros contemplamos la sagrada dignidad del ser humano. Nos vemos como la creación de Dios, y eso guía nuestras acciones políticas”. Su renuncia a la energía nuclear, la abolición del servicio militar obligatorio; su apertura a los inmigrantes y a alianzas con los verdes ambientalistas dan el tono del cristianismo renovado y solidario que requiere el mundo de hoy. Más ética y menos componendas, es el legado a seguir.
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