Los cristianos y el legado del 91

Guillermo Hinestrosa

El gobierno decidió pasar por alto la celebración de los 30 años de la Carta del 91. No tengo idea cómo la vivió Iván Duque en su adolescencia ni qué le enseñaron en la Universidad Sergio Arboleda, pero me asombra su displicencia con la Constitución que juró cumplir como jefe de Estado. Es de anotar que aliados del gobierno como Angelino Garzón, Rosenberg Pabón y el propio Carlos Holmes Trujillo fueron constituyentes, sin olvidar a Álvaro Gómez Hurtado, mentor ideológico de Duque, quien fue uno de sus tres copresidentes.     
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Jamás olvidaré el entusiasmo que despertó en la juventud esa misión colectiva de salvar a Colombia. No exagero: el movimiento universitario de la Séptima Papeleta se autodenominó: "Todavía podemos salvar a Colombia”. Álvaro Gómez Hurtado, cofundador de “La Sergio”, rebautizó su partido como “Movimiento de Salvación Nacional”. Los colombianos estábamos sitiados por la mafia, que detonaba bombas en centros comerciales, plazas y vías públicas; estallaba aviones en pleno vuelo y masacraba humildes ciudadanos que almorzaban en una cafetería o hacían fila ante despachos oficiales. Los magnicidios de Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara, Guillermo Cano, Enrique Low y otras figuras públicas, pretendían someternos a la voluntad del narcotráfico. Luego el cartel de Cali casi lo logra “por las buenas”.

La Constituyente nos redefinió. Acrisoló la mixtura de razas, culturas y capas sociales que somos. El M-19 incluyó a la poetisa María Mercedes Carranza, al ex presidente de la SAC Carlos Ossa, al historiador Orlando Fals Borda, al futbolista Francisco Maturana y a destacados sindicalistas como Angelino Garzón o el tolimense Abel Rodríguez, entre otros. Los liberales acogieron al líder de los estudiantes, Fernando Carrillo; los indígenas eligieron dos, pero la sorpresa política la dimos los cristianos al conseguir un par de asambleístas, que nadie esperaba.     

Meses después invité a Jaime Ortiz Hurtado (exconstituyente y exsenador de Unión Cristiana) a dictar una conferencia en el Club de Ejecutivos de Ibagué. Luego fuimos a la Iglesia Presbiteriana de la Calle 13. En su sermón se refirió a las mallas metálicas que aún protegen los vitrales del templo, recordando que era tradición de las procesiones de Semana Santa destruirlos a pedradas. “Tiempos por fortuna idos, como la confesional, centralista y autoritaria constitución de 1886”, dijo, con notoria claridad.  

No nos luce a los cristianos fungir como aliados de esa facción nostálgica de taras sociales del pasado: intolerancia religiosa, racismo, machismo, xenofobia, homofobia, que desató Donald Trump en las derechas sudamericanas. Avalar el fraude, la violencia y la mentira como valores cristianos. Condenar al débil y absolver al poderoso, con tal de que este último se oponga, públicamente, al aborto y al matrimonio gay. 

Escuchemos mejor a Ángela Merkel. Nacida en Alemania Oriental, luterana practicante, iniciada en la política en 1989, una vez caído el Muro de Berlín; Canciller durante 16 años por el partido Unión Demócrata Cristiana: “La fe y la religión son la base sobre la que yo y muchos otros contemplamos la sagrada dignidad del ser humano. Nos vemos como la creación de Dios, y eso guía nuestras acciones políticas”. Su renuncia a la energía nuclear, la abolición del servicio militar obligatorio; su apertura a los inmigrantes y a alianzas con los verdes ambientalistas dan el tono del cristianismo renovado y solidario que requiere el mundo de hoy. Más ética y menos componendas, es el legado a seguir.

GUILLERMO HINESTROSA

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