Un policía excepcional

Guillermo Pérez Flórez

Conocí al general Luis Alberto Gómez Heredia en 1998, estando él de comandante de la Policía del Tolima. Le escuché una intervención en un foro sobre la seguridad de Ibagué en el Centro de Convenciones de la Gobernación, organizado por el ‘zar’ Antisecuestro, Rubén Darío Ramírez, y me causó una impresión positiva su carácter civilista, algo inusual para esa época, pues la atmósfera pública estaba militarizada por cuenta del conflicto con las guerrillas.
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Le pregunté al secretario de Gobierno de la ciudad, Camilo González, y me dijo que las organizaciones sindicales y el movimiento social lo respetaban y apreciaban mucho. Años después, volví a encontrarme con él en Bogotá, ya andaba de saco y corbata. Recuerdo bien que apenas estaba haciendo el duelo del retiro de la institución. Lo busqué porque una empresa española me había encargado un estudio sobre la situación política y social del país, y necesitaba ayuda con la parte de seguridad. Mi solicitud le produjo un interés sorprendente, como si le hubiera generado una nueva ilusión. Me ayudó mucho en lo que requería y así comenzamos una amistad que trascendió la órbita profesional.

Entonces conocí al ser humano. Al padre de familia, al hijo, al hermano, su amor a la Policía, su sensibilidad social y su talante conciliador. Una virtud que le permitió resolver cantidad de conflictos sin recurrir a la fuerza. De hecho, estando al frente de la Policía Metropolitana de Bogotá se negó a acatar la orden presidencial de tomarse la Universidad Nacional a como diera lugar, para sofocar una protesta estudiantil. A partir de ese momento cayó en desgracia con el presidente Uribe, quien aseguraba que el general era del Polo Democrático, quizás por el aprecio que le tenía el alcalde Lucho Garzón. No había tal. Sencillamente, era amigo del diálogo y sin rigideces mentales. El día en que me contó la anterior anécdota me confesó su simpatía política: se sentía y pensaba liberal. Eso sí, muy a la colombiana, puesto que era devoto de la Virgen de Chiquinquirá y del Divino Niño. Vine a saber en qué grado, un día en Puerto Gaitán (Meta).

Estábamos allí haciendo parte del trabajo encomendado, y me pidió que lo acompañara un momento a la Iglesia, pues quería orar. De un momento a otro, casi al mismo tiempo en que nosotros entrábamos, ingresaban también unos jovencitos con tres niñas con uniforme de colegio. Las llevaban casi a rastras, a la fuerza, se negaban a entrar. Se comportaban de manera extraña, lloraban y daban alaridos de espanto con voces graves y roncas. Rápidamente fueron recibidos por el sacerdote, quien después de verlas dictaminó estar poseídas por el demonio, y comenzó a rociarlas con agua bendita y a practicarles un exorcismo. A mí se me salió el periodista y me puse a grabar tan macondiana escena. El general Gómez, a su vez, sacó de su maletín una camándula y comenzó a rezar titubeante el rosario. No recuerdo qué me impresionó más. Si las niñas endemoniadas y el sacerdote, o el General de rodillas rezando. Tuvimos para largo con esa historia, que comenzó con un juego de tabla Ouija. De regreso a Bogotá paramos en Villavicencio y hablamos con el Obispo. Se burló de nosotros.

Esta semana falleció en Bogotá el General. Mis más sinceras condolencias a su esposa Lucía, a sus hijos Juan Pablo, Rafael y Nicolás. A su mamá y a su hermano el general Oscar Gómez y a toda su familia. Se fue un buen amigo, un buen colombiano, una policía excepcional. Paz en su tumba.

 

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GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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