Lo que el Tolima necesita

Guillermo Pérez Flórez

Tal vez lo primero es que su gente sea consciente de lo que representa en el conjunto del país. No somos un territorio periférico, no. Por el contrario, tenemos una centralidad casi única. Somos más bien el centro de gravedad de Colombia.
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Si pudiésemos cobrar una especie de servidumbre de tránsito, y todo vehículo que atravesara nuestro territorio pagara una suma con destino al desarrollo del Tolima, el recaudo sería billonario. En otras palabras, no estamos en el lugar equivocado.

Resulta curioso, sin embargo, que a nuestros niños no se les enseñe geografía ni historia regional. Salen de la escuela sin conocer las inmensas bondades de una tierra que es rica absolutamente en todo. En pisos térmicos, en suelos, en aguas, en biodiversidad. El 32,84 % (792.644 hectáreas) es considerado ecosistema estratégico, integrado por páramos, bosques secos tropicales y humedales. De estos últimos tenemos 655. Israel, con una extensión similar a la nuestra, tiene apenas 2. El 12,05 % del Tolima (290.840 hectáreas) son áreas protegidas. El espacio de esta columna resulta insuficiente para hablar de la biodiversidad, de la riqueza hídrica (con 24 cuencas), del suelo y del subsuelo tolimense. 

Posiblemente por ello, el Tolima siempre ha sido una tierra en disputa. Lo fue durante la conquista, durante la colonia, durante la independencia y durante la república. Las discrepancias entre el Estado de Cundinamarca y la provincia de Mariquita a comienzos del siglo XIX tuvieron origen en que Bogotá siempre quiso mantenerla subyugada por su valor estratégico.  

Otra necesidad es volver a pensar en grande. La pobreza espiritual nos induce a conformarnos con poco. Nuestra dirigencia es cooptada por el poder central con migajas. Hay quienes hablan del orgullo y de la altanería tolimense en sus discursos, cuando están en Ibagué, pero en Bogotá se achican y regresan con la cola entre las piernas, como perritos regañados. Se conforman con cualquier huesito. Igual les sucede a los líderes municipales que vienen a la ciudad musical. Es la cadena de la mendicidad y de la pobreza. Por eso el Tolima es una región de sueños postergados, y por eso mismo el sueño de los jóvenes es marcharse. Intuyen que, para ser, tienen que irse. No hay que temer a poner en marcha grandes empresas.

También se requiere recuperar el sentido de pertenencia. Ser parte de un sueño colectivo. Una región no puede ser sólo una bandera, un equipo de fútbol y un himno. Tiene que ser más. Tiene que ser un propósito, una manera de ser. Durante años, la cercanía a la capital de la República nos hizo daño. Nuestra élite se marchaba y rápidamente se ‘bogotanizaba’, se volvía de ‘mejor familia’. Así, el Tolima era solo el lugar en donde tenían las fincas. Hoy las cosas pueden ser diferentes, si nos decidimos a construir una región y a mostrar que aquí pueden ocurrir cosas trascendentes. Se necesita compromiso de su gente con esta tierra, en donde está todo, nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

En síntesis: lo que necesita el Tolima es sacudirse y hacer que su gente participe de una utopía simple: la de vivir en una tierra generosa y buena, gobernada por personas probas y sencillas. Con dignidad y una ética de respeto hacia sus semejantes, animados por el deseo de servir, más que servirse de ellos.

 

GUILERMO PEREZ FLORES

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