Sangre y dolor

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Ya pasan de 6.000 las víctimas de falsos positivos atribuidos a las fuerzas del orden. Aterrador el nivel de degradación al que llegaron los pacificadores, premiados por sus crímenes, hasta con impunidad. Increíble el grado de desprecio por la vida, por el cumplimiento del deber con la institución, por los Derechos Humanos, por la ética y por el pueblo colombiano.
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Increíble tanta tolerancia y falta de control de los mandos superiores y del gobierno, incluyendo los organismos encargados de las investigaciones y sanciones penales y disciplinarias. Caos total que tiene responsables a todos los niveles. Miles de dolientes y el país en general esperan la verdad que tanto temen los patrocinadores y beneficiados económica y políticamente con este tipo de violencia, tema sobre el cual cada día se conoce más, pero también se tiran cortinas de humo para engañar al pueblo y lavarle el pellejo a muchos criminales.

La situación está como para asustar los espantos que se esconden en los hornos crematorios que El Iguano montó en Norte de Santander, siendo fiscal Ana María Flórez, la Batichica para los paracos y designada en ese importante cargo por obra y gracia del Fiscal General Luis Camilo Osorio. El mismo que archivó el proceso que se seguía contra los patrocinadores del paramilitarismo, a raíz del allanamiento al Parqueadero Padilla, a cargo de Jacinto, ordenado por su antecesor, donde se encontró toda la documentación sobre los financiadores de la organización paramilitar. Y el fiscal Osorio, ternado por Pastrana, observa tranquilo cómo sus más de setenta investigaciones siguen durmiendo en la Comisión de Acusaciones del congreso.

Tristeza e indignación se siente leyendo la documentación sobre la masacre de Villarrica y Galilea, con campo de concentración y niños enviados a las ciudades a sufrir el abandono. Fue cuando el teniente Cendales, el mejor oficial de su promoción, le sacó la maleta al Ejército. Los comandantes fueron calificados de héroes y todavía no hay responsables.

El asesinato de los miembros de la Unión Patriótica, tan sistemático como lo que estamos viendo ahora, no pasó de eso y solo quedó la constancia de lo dicho por un general Zamudio al consejero Ossa, que se quejó por tantos muertos todos los días de la Unión Patriótica. “A ese paso no los vamos a acabar nunca”. Fue la respuesta relinchada y un reconocimiento de una rutina en marcha que continúa.

Son muchos los que han escuchado o leído sobre la Masacre de las Bananeras. Un asesinato masivo de trabajadores, que pedían sus derechos y recibieron como respuesta el fusilamiento de cientos de ellos, con premio para los asesinos. Respuesta rutinaria que frena cualquier investigación. Esta masacre le permitió a Jorge Eliecer Gaitán demostrar su capacidad oratoria. Claro que todo quedó en discursos, como sueña el hombre más culto y mejor encubridor de la manada, perfecto amanuense del Embajador de la India, no damos para más porque no tenemos con quién. Seguiremos llorando.

Ñapa.- Se nos fue Rafael Aguja Sanabria, un abogado de origen humilde que dejó huella por su compromiso profesional y político con las causas de los pobres. Defensor de los indígenas, de los campesinos y del sindicalismo que lo recuerda con mucho cariño. Buen familiar y excelente amigo.

HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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