Una tormenta perfecta

Rudolf Hommes

Tal como lo ilustra Matador en una caricatura en la que Colombia es una equilibrista, a mitad de recorrido en la cuerda floja, balanceándose precariamente con la ayuda de un contrapeso en cuyos extremos están dos cajas a lo mejor cargadas de explosivos que representan a la extrema derecha y a la extrema izquierda (El Tiempo, 9/3/18), la situación política en estas elecciones ha llevado a que Colombia esté escogiendo entre dos extremismos que no desea, no le convienen y están a punto de inducir una tormenta política e institucional que puede descarrilar al país o ponerlo a transitar en una dirección incierta y seguramente destructiva.

Por un lado, la extrema derecha nos promete que va a acabar con el proceso de paz, haciendo que sus mayorías en el Congreso promulguen leyes y actos legislativos que revoquen todo el andamiaje legal y constitucional que se ha construido para cumplir con el acuerdo, lo que varía entre otras consecuencias a incumplirles a las Farc y a que sus jefes fueran condenados a largos periodos de cárcel. Todo esto lo anunció Iván Duque en el programa Semana en Vivo del Canal Uno la semana pasada sin dar señales de haber previsto o considerado las consecuencias de lo que anuncia.

Al día siguiente de su elección se encontraría Colombia nuevamente inmersa en un conflicto interno que no tendría posibilidad de resolverse sino militarmente. El Estado habría perdido toda su credibilidad y ningún otro grupo activista, guerrillero o criminal consideraría intentar o realizar acuerdos con el gobierno. La seguridad jurídica del país que ya es más que todo inseguridad jurídica quedaría permanentemente en entredicho. Y sería el comienzo de otra era de barbarie como la que tuvo lugar entre 1985 y 2016 que dejó un saldo de más de siete millones de desplazados y más de 220 mil muertos. El Estado colombiano adquiriría de nuevo categoría de fallido y su gobierno sería candidato para ocupar el lugar que dejaron vacíos los de Sur África en tiempos del Apartheid y el de Serbia en los 80 y hoy ocupa el de Siria. Las consecuencias que esto le acarrearía a la economía y a la “confianza inversionista” deberían poner a temblar a los que hoy están aterrorizados con la posibilidad de que la extrema izquierda gane las elecciones.

Petro no hubiera tenido la posibilidad de inspirar el temor que hoy induce si no lo hubiera promovido la derecha, después de darse cuenta de que las Farc habían perdido la capacidad para asustar. Y Petro aprovechó el papel de coco que le asignaron, para promoverse como amenaza al sistema, anunciando que cuando se posesione va a convocar a la ciudadanía a un referendo para reformar la Constitución en los aspectos que él considera importantes (que son todos). Después de haber visto cómo manejó la fallida estatización de las basuras en Bogotá, la gente tiene razón de temer que llegue al poder con semejante agenda.

Colombia está balanceándose entre dos insensateces temerarias y no tiene porqué hacerlo, existiendo opciones moderadas, mucho menos riesgosas para hacer el tránsito que es necesario hacia una sociedad más justa, próspera y reconciliada, y una mayoría de ciudadanos que no quieren estar en ninguno de los extremos que les ofrecen.

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