La fatalidad del olvido

Hugo Rincón González

Sigue acompañada por personas en su misma condición de salud. Ella es la segunda paciente más anciana en el hogar gerontológico. Paradójicamente los resultados de los exámenes de laboratorio que le hacen buscando otras señales de enfermedades relacionadas, siempre salen maravillosamente. Se puede afirmar que son mejores si los comparamos con los resultados de personas mucho más jóvenes. Algunos médicos han dicho que el hecho de no estar pensando en dificultades ni tener el temido estrés, hace que este tipo de personas con la enfermedad del olvido se mantengan relativamente sanas.
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Completa seis meses de estar en ese sitio especializado en el manejo de su patología. La atienden con respeto y diría que algunas enfermeras con dulzura. Se necesita tener vocación y absoluta empatía con esta clase de pacientes. Sus días transcurren en una desesperante rutina y monotonía. La observo con infinita ternura y me doy cuenta de que, el descenso al acantilado del olvido es ineluctable. Cada día la percibo más desconectada de la realidad que el día anterior. Duele ver ese avance progresivo de una enfermedad que te arrebata al ser que amas. Sientes que el derrumbe es inexorable. El progresivo deterioro de su mente es algo notable y nadie puede hacer nada más que contemplarlo con dolor.

Algunas veces al coger sus manos, abrazarla y acercarme a su rostro parece que un destello aparece y por momentos parece recuperar su lucidez. Le digo que soy su hijo. Ella me mira, me coge la mano y la acerca a su frente en un gesto cargado de amor puro. Me imagino la ocurrencia en su cerebro de un recableado de sus neuronas que se conectan como debe ser para la aparición momentánea de sus recuerdos. Son momentos cortos. Algunas veces me coge a besos porque sin saber bien quien soy intuye maternalmente que esa persona a su lado gozó de su amor incondicional.

Hay muchas ocasiones donde al visitarla me doy cuenta que no está presente. Su mente está desconectada. Le hablo, le pregunto cosas para que las recuerde, le hablo de Dios en el que tanto cree, pero nada funciona. Recuerdo algo que leí respecto al Alzheimer, un testimonio de una persona en mi misma situación. Escribía algo que comparto. Manifestaba que este fantasma del olvido “asesina” los recuerdos y que los pacientes ya no son tu abuela, tu madre, tu hermano, porque esta enfermedad aniquila y lo que queda son otros seres. Son seres que sin recuerdos no son lo que fueron, sino otras personas que debemos seguir queriendo.

Muchas veces, luego de las visitas, lloro con un gran sentimiento, pero luego le doy gracias a Dios por tener a mi madre, al alma de mi madre aún en esta vida terrenal hasta que el disponga. Sé que esta enfermedad es una amenaza para todos. Ya existen pruebas que miden unos indicadores que señalan anticipadamente si la vas a padecer para que se tomen las medidas pertinentes. La ciencia avanza vertiginosamente y es muy probable que la investigación que poderosas empresas de biotecnología realizan alcancen el resultado esperado: la vacuna para prevenir esta enfermedad.

Los científicos brindan recomendaciones a tener en cuenta para evitar esta tragedia: 1) ejercicio varias veces a la semana, 2) dieta, 3) relacionamiento social, 4) actividades como leer, escribir, aprender un idioma entre otras. Si todo esto lo hubiera aplicado mi madre seguramente su condición sería distinta, sin embargo, quiero pensar que esta enfermedad llegó para enseñarnos muchas cosas, entre ellas el amor eterno por ese ser que nos dio el regalo más valioso: nuestra vida.

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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