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Nació como resultado de los ruegos de sus hermanos para que llegara una niña, la décima de 12 hijos que formaría el hogar de mis abuelitos Lucinda Acevedo de Oviedo y Agapito Oviedo.
Fue bautizada en su patria chica Chaparral – Tolima, con el nombre de Orfa Livia Oviedo Acevedo hoy de Rojas, gracias al deseo de su hermano mayor José Antonio Oviedo Acevedo, el sacerdote de la familia, aún recordado por las gentes de su generación y en el barrio El Salado.
La niña creció en un hogar trabajador, mi abuelita era sastre y mi abuelo carpintero, se esforzaron por garantizar que cada uno de sus hijos alcanzara una profesión que en efecto pintó la raya en la familia y sus descendientes en diferentes campos, algunos de ellos incursionaron en la política como alcaldes en diferentes municipios, un senador, un economista, topógrafo, abogado, PHD en idiomas, normalistas, contadora, en fin, un abanico de profesionales y la niña, Orfa Livia, formada en la Normal Superior de Señoritas de Ibagué, por la señorita Margarita Pardo de quien aún destacan su rigidez y búsqueda de formar maestras de alto nivel, con valores éticos y morales que se configuraran en ejemplo para la sociedad y sus futuros estudiantes.
Crecí escuchando historias de la formación estricta y que hoy considero intransigente cuando las sanciones se otorgaban por pintar un dibujo de rojo o de azul, por ejemplo.
Hoy llega a mis oídos el recuerdo de las veladas en el patio de la casa en el barrio el Troncal de Cali, donde me crié y las cuerdas del tiple o la guitarra que acompañaban la voz soprano de mi madre y la voz de mi padre, para entonar canciones como el Limonar, Casas viejas, Camino verde, Nathalie, entre muchas otras que devuelven la mente a la estancia feliz del variopinto de la infancia del que habla Bachelar.
En el libro Campos de Castilla, que reposaba en la mesita de noche de mis padres, con fina letra se podía leer: Orfa Livia, a tu voz firme y sonora que debes cultivar para alegría de quienes te escuchen; firmaba, Leonor Buenaventura de Valencia, quien también fue su maestra.
Entonces, la juventud de mis padres, el brillo de sus ojos, la esperanza de un nuevo día, la breguita diaria como dice el poema, se sorteaba entre la escuela de mi madre y de los niños que florecíamos, la universidad de mi padre, la empleada doméstica de siempre, el perro en la casa, las bibliotecas y la música clásica.
Contar con los brazos, el aliento, el beso amoroso, el vestido nuevo, el juego de mesa, el acompañamiento para hacer las tareas, ser privilegiado por la traducción de las páginas en inglés o en francés por cuenta de la madre, el compartir la mesa con fines formativos como prácticas que no se debieran perder, las onces los domingos en la tarde, es algo para siempre acuñar en lo más profundo del corazón.
Entonces, cuando han avanzado los años y el amor sigue tan fuerte por los padres, por la familia y somos bendecidos al celebrar un año más de vida de la hermosa madre que como un regalo divino hemos tenido, es justo agradecer, bendecir su vida, reconocer que solo una madre es capaz de hacer la diferencia en la vida de sus hijos con ímpetu y decisión, con amor y gallardía, arrullando con sus palabras, consolando con su amor y construyendo para la vida, desde el cultivo de esa humanidad, como diría Nussbaum.
¡Feliz cumpleaños amada madre, salud y vida llena de amor!
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