Donald Trump y la democracia

Ismael Molina

La reciente campaña electoral de los Estados Unidos que dejó como presidente electo a Joe Biden, también puso en evidencia las grietas actuales del sistema político norteamericano y los retos a los que se enfrenta la democracia como sistema de gobierno.
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Las expresiones que se han sintetizado en la abultada votación por Donald Trump, nos está contando de la existencia de una cultura popular de cerca de la mitad del pueblo estadounidense que se afincan en principios profundamente discutibles tales como la supremacía de la raza blanca, del papel subalterno de la mujer, la segregación racial, la mistificación de las armas en manos particulares como mecanismo de defensa social e individual, el resurgimiento del macartismo anticomunista y antisocialista (lucha contra el castrochavismo) como forma de acción política, entre otras. La elección de Barak Obama en 2008, supuso que esas tradiciones antidemocráticas del electorado norteamericano habían quedado atrás y que los Estados Unidos de América se habían encaminado en una cultura de respeto e inclusión, en los términos de una nación que representaba la democracia más estable y vigorosa del planeta. 

Lo que acaba de suceder el pasado 4 de noviembre y las acciones posteriores del actual mandatario ponen en evidencia que tales comportamientos culturales siguen profundamente arraigados en diversos sectores sociales de ese país y que sus expresiones son un riesgo no superado para el régimen político norteamericano. Asumir que la única expresión de la democracia es el voto ciudadano es una profunda equivocación. Desde su implantación en la revolución francesa, se identifican otros valores intrínsecos a la democracia: la solidaridad, la fraternidad y la igualdad, escritos en el propio escudo de la república francesa. Pero hay más valores propios de la democracia como el respeto por la legalidad y las reglas acordadas, el respeto por el otro y de sus opiniones y expresiones, la confianza en lo público y privado, valores que el actual presidente norteamericano no ha respetado y considera que pueden ser violados impunemente, sin sopesar el daño que le está haciendo a su propio país, a su cultura y su proyección como referente de las demás naciones del planeta. 

Pareciera que las acciones del presidente Trump antes que valores democráticos quisiera proyectar unos antivalores que justifiquen su comportamiento como hombre público y de algunas de sus expresiones privadas. 

La igualdad de oportunidades se trastoca por la promoción de políticas económicas y sociales que profundizan las injusticias sociales y les niegan a los más vulnerables las posibilidades de acceso a una vida digna, pues es el mercado y el sistema de precios lo que ha de permitir que puedan o no acceder a los bienes y servicios que requieren para mantenerla.

Así mismo, la fraternidad deja de ser un deseable social, para hacer del odio su razón de ser. Odio a los afroamericanos y en general a las personas de raza negra, odio a los latinos, a los migrantes, a los que profesan otras religiones o a los que tienen otras formas culturales de ver la vida. Odio y estigmatización como enemigos a los que tienen otras opiniones políticas, recobrando los miedos de la época de la guerra fría y de las actividades del Senador Mcarthy, de triste recordación para el mundo y para norte américa, donde las noticias falsas y las mentiras son utilizadas para juzgar y condenar a los piensan diferente. En oposición a la solidaridad, el egoísmo, que es el portaestandarte del capitalismo, se ha profundizado con las políticas neoliberales, que hacen de la ganancia individual y la competencia la razón de ser de la actividad económica y social de los individuos, eliminando todo reato frente a las consecuencias sociales, económicas y ambientales de tales decisiones. 

Para Trump, el objetivo es su beneficio y refleja esa condición para que todos sus partidarios actúen así, aunque ello conduzca a una confrontación o un desastre colectivo. Estos comportamientos minan los otros valores que son propios de la democracia y hoy nos encontramos con las acciones donde lo que se busca es torcer la ley para ganar unas elecciones que perdió, donde la desconfianza en las instituciones se vuelve una regla o donde el respeto a los otros ya no existe. En fin, todo conduce a pensar que el paso de Trump por la presidencia de los Estados Unidos ha dejado como legado los antivalores de un régimen antidemocrático, donde el egoísmo, el odio y la injusticia son las razones de este nuevo proceder. Y esos son los principios que se están implantando en las ideologías del neofascismo que se esparce en diversas latitudes. Anotación al margen. A todos los lectores del Nuevo Día, les deseo una feliz navidad y que el próximo año sea mejor y más próspero para todos. Cuídense, que el virus no sale de vacaciones.

ISMAEL A. MOLINA GIRALDO

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