El paro reclama un acuerdo nacional

Jorge Enrique Robledo

Es natural que haya opiniones contradictorias sobre el paro nacional, incluida la valoración de las decisiones de Iván Duque y el Comité Nacional de Paro. Pero ello no impide pensar en dos acuerdos nacionales inspirados por esas jornadas.
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Demasiadas carencias y sufrimientos tiene que haber en Colombia para que se dé una protesta de tan grandes proporciones, sin antecedentes en el país. Y algo debe hacerse, en especial con las condiciones de vida de los jóvenes, los principales actores de las extendidas, enormes y pacíficas movilizaciones. Hasta aquí es fácil concurrir. ¿Pero cómo ir más allá de estas coincidencias que por sí solas no producen soluciones? ¿Los cambios deben ser de fondo o gatopardistas, es decir, para que todo lo principal siga igual de mal pero que se apacigüen los ánimos, aunque siga el gran sufrimiento social y después vengan incluso mayores expresiones de inconformidad?

Para que los remedios sean en verdad los necesarios, lo primero es establecer las causas de los males. No hay peor médico que el que falla en el diagnóstico de la enfermedad, pues nunca atinará con su receta. Acertar en asuntos económicos, sociales y políticos es más complejo porque, a diferencia del galeno, que puede errar de buena fe, en estos aspectos hay quienes yerran a sabiendas, dado que contra el bien común conspiran poderosos intereses decididos a no modificar lo principal, incluso si les toca sostener a la brava el statu quo.

Es fácil coincidir en que un reclamo social tan grande se origina en dolorosas carencias en la calidad de vida de los colombianos: desempleo, informalidad, bajos ingresos, pobreza y miseria, fallas en salud y educación, altas tarifas de los servicios públicos y el transporte, viviendas indignas, escandalosa desigualdad social, amplia falta de oportunidades y gran corrupción económica y política, todas las cuales venían de atrás y las agravó la pandemia.

También debería poderse acordar que esas fallas no son una suma de situaciones inconexas sino que tienen en común el tipo de economía de mercado del país, tanto tan lejana en todos los órdenes a la de los países desarrollados que oí definirla como “feudo-capitalista”, dado su inmenso atraso, retardo conocido de vieja data y que demuestran todos los indicadores económicos y sociales, aunque también sea cierto que existen desarrollos modernos que hay que preservar y acrecentar. Es obvio que con el capitalismo subdesarrollado de los seis mil dólares por habitante de Colombia no se puede vivir como en los países con más de treinta mil dólares, diría Perogrullo.

No veo más de dos posibilidades sobre la causa principal de la mediocridad productiva nacional. Que los empresarios y los trabajadores, asalariados o por cuenta propia, son los culpables del insuficiente empleo y riqueza que se crea, como de forma solapada alega alguna absurda explicación neoliberal de base racista. O que ha fallado la orientación económica oficial proveniente del Consenso de Washington, tan errada que en la práctica les prohíbe trabajar a infinidad de colombianos, aunque se sabe que el trabajo es la base insustituible de todo progreso.

JORGE ENRIQUE ROBLEDO

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