Egan y Daniel

Juan Carlos Aguiar

En el rostro de Egan Bernal se desvanecían sus fuerzas. Ni la camiseta rosada del líder del Giro de Italia, una de las competencias de ciclismo más exigentes del mundo, parecía sostenerlo sobre su bicicleta mientras luchaba por terminar la etapa 17. Esta semana nuestro ciclista tuvo su mayor momento de debilidad. En los últimos kilómetros, con todo en contra y sus rivales pedaleando, Daniel Felipe Martínez, ese compañero de equipo que lleva en su sangre la estirpe de los escarabajos colombianos que han conquistado las montañas del mundo, emergió desde atrás, por la izquierda, y, como un ángel guardián, se ubicó delante de su líder y le marcó el camino.
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En la imagen del pasado 26 de mayo se ve a Martínez como un escudero fiel, levantando su puño derecho, manoteando para dar energía. Bernal llegó y, aunque perdió tiempo, mantuvo la ‘maglia rosa’ gracias a que en los instantes cruciales Martínez le gritó, como se supo más tarde, “marica, aquí toca botarle huevitos”. ¡Y vaya que los botaron!

Escribo esto porque una vez más entendí la importancia de un buen líder y la de un buen equipo en los momentos difíciles.

Esta semana que termina se cumplieron 30 días de un paro nacional doloroso y sangriento en Colombia. Desde la distancia observo lo que sucede y quiero, desde la anécdota de Egan y Daniel, reflexionar sobre nuestra absurda realidad.

Hoy el presidente Iván Duque no es un líder. No imprime la energía que se necesita para que su equipo lo acompañe y se la juegue por la causa país que es de todos. Quien debería estar a su lado en estos momentos difíciles, lo abandonó. Miguel Ceballos, alto comisionado para la Paz y quien adelantaba las negociaciones con los promotores del paro, renunció, se bajó de la bicicleta en un instante determinante de la etapa. Lo peor es que se fue para perseguir ambiciones personales que no alcanzará, al menos por ahora: la presidencia de Colombia. Duque no ha entendido el momento que vive el país, no ha construido un relato que una a los colombianos. Por el contrario, ha logrado incendiar más una realidad que amenaza con superarnos. En busca de levantar la mala imagen internacional que deja la violencia en estas protestas, la vicepresidenta y canciller Marta Lucía Ramírez logró, en un viaje relámpago a Washington, reunirse con Anthony Blinken, secretario de Estado de Estados Unidos. Si, un punto a favor, pero el gobierno no entiende que para Joe Biden son más importantes los Derechos Humanos que los encuentros diplomáticos. Hubo palmaditas en la espalda, pero mientras no se desarticulen los graves focos de brutalidad policial, la mirada del Tío Sam hacia Colombia no cambiará. 

Y por el otro lado tampoco hay liderazgo. Los principales promotores de la protesta, a excepción de Jennifer Pedraza, la vocera estudiantil, son hombres mayores, que parecen desconectados de una realidad en la que los jóvenes son protagonistas vitales. Prueba de ello es que la mayoría de los muertos son menores de 30 años. No han podido enviar un mensaje contundente que frene el vandalismo. La juventud colombiana está hastiada de que les roben sus sueños y oportunidades de un futuro que parece destinado para unos pocos privilegiados. Estamos en los últimos kilómetros de esta etapa, solo faltan 12 meses para las próximas elecciones presidenciales y no tenemos una opción real de quién es el líder que llevará a Colombia a subirse al podio. Por ahora nos seguimos debatiendo entre Uribe y Petro, sin que se asomen los Egan y los Daniel para hacernos entender que todos merecemos llevar la camiseta rosa para luchar y recuperar el país para nuestros hijos y nietos. Por esas generaciones es que tenemos que “botarle huevitos”.

JUAN CARLOS AGUIAR

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