El complejo de la “Doctoritis”

Juan Manuel Díaz

Si uno se remite al diccionario de la lengua de la Real Academia Española (RAE), la definición de doctor o doctora se refiere a la persona que ha recibido el máximo grado académico que entrega una institución educativa. Es decir, a quienes han recibido doctorado en alguna área del conocimiento. Así mismo, también se les llama de esta forma a los médicos de profesión, y en un último aparte, la RAE incluye a los dentistas y podólogos como doctores. No obstante, en Colombia, desde hace décadas, se le llama equivocadamente doctor al político, al que usa corbata o simplemente a cualquier persona que tenga un cargo de dirección en alguna entidad pública.
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Y es que el problema de la “doctoritis” ha trascendido a tal punto, que hay líderes y jefes que se enojan con sus subalternos porque no los llaman con este apelativo, muchas veces sin siquiera haber hecho una especialización. También hay abogados que se molestan porque no se les llama doctor o doctora, y en parte, aquello tiene que ver con que, en tiempos anteriores, los abogados eran de las pocas personas que podían acceder a la educación superior, y se les consideraba los más instruidos, por tanto, al igual que los médicos, se les llamaba por respeto de esta manera.

Lo cierto es que el complejo de la “doctoritis” representa un factor de altivez y ego elevado que deberíamos erradicar en todas las instituciones, empresas y organizaciones. Por estos tiempos de afectaciones a la salud mental, a los malos climas laborales que han aflorado luego de dos años de trabajo en casa, es muy importante que los empleados sientan cercanía con sus jefes, y no haya barreras de apelativos, de discriminación o de lejanía que generen situaciones incomodas.  

Paradójicamente, en el caso de la Universidad del Tolima, hay profesores con doctorados y posdoctorados, con cientos de trabajos académicos valiosos e importantes en su campo, y muchos de ellos, solicitan que se les llame “profesor” o simplemente por su nombre, pues justamente así es como se le debería llamar a las personas, y no por un cargo.

Necesitamos rápidamente abandonar esos sobrenombres y arandelas, así como aquel complejo de inferioridad que invita a decirle doctor a alguien que no lo es. Ser respetuoso no tiene nada que ver con eso, sino con el trato de amabilidad y de hablar de “señor”, “señora” “jefe” según sea el caso, o “sumercé” que, aunque suene coloquial, rinde homenaje a la gente del campo y denota cercanía con las personas en el trato.

Además que por respeto a esas personas que han gastado tiempo, dinero y esfuerzos en estudiar un doctorado, decirle doctor o doctora a quien no ha hecho un doctorado, es una falta de respeto, así como lo es que alguien que está estudiando una maestría, diga que es “candidato a Magister” para engañar incautos y robustecer hojas de vida. Ese término no existe, así como no existe el verbo aperturar. 


 

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JUAN MANUEL DÍAZ BORJA

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