Adiós al jilguero del Cañón del Combeima

libardo Vargas Celemin

Se silenciaron las cuerdas de la guitarra de un hombre que hizo de la vida una fiesta permanente. Antonio Reyes Guzmán ha muerto y el río Combeima, igual que en otras ocasiones, gime entre el golpeteo de las aguas sobre las piedras, como último homenaje a uno de sus hijos. Desde muy joven Toño, como lo conocíamos todos, puso al servicio de la comunidad de Pastales y del Cañón su espíritu jovial, su entusiasmo por el deporte, las ganas de servir a la comunidad y su entrega a la docencia.
PUBLICIDAD

Su cuerpo vigoroso, siempre con una sonrisa y una anécdota a flor de piel, debió soportar varios combates en las salas de cirugía, donde recibió apoyo de la ciencia para que su vida no se extinguiera  y su corazón enamorado resistiera los embates de la partida que se prolongó por varios años, hasta que la pandemia le asestó un golpe brutal que derrumbó las murallas por donde su vida se fugó ante  el desespero de su familia y amigos que teníamos la esperanza de hallarlo de nuevo en las tertulias.

El bolero acompañó a Toño en sus innumerables serenatas, donde transmitía los  mensajes de Cupido para las amantes reticentes. Pero sin duda alguna su mayor éxito, junto con su hermano menor Omar, fueron los ritmos tradicionales que interpretaban “Bovea y sus vallenatos” y que producían en los asistentes un extraño paroxismo en todas las fiestas y festivales que se realizaban en la región.

La otra faceta del hombre que se propuso ser alegre ante todo, fue el deporte, especialmente el fútbol y el basquetbol. De este último recuerdo esos encuentros que se celebraban en las instalaciones del Externado Popular de Bachillerato y que marcaron una época, no tanto por la técnica, sino por lo fragoroso que resultaban en medio de  la euforia de las barras. En el fútbol jugó hasta los setenta años, cuando su cuerpo cedió ante los rigores del tiempo y sus esperanzas de alcanzar el estrellado claudicaron ante la realidad.

Su sentido de la amistad lo hizo ser muy popular y aunque bohemio, supo mantener los límites de la cordialidad y la conciliación. Este amigo abrazó la pedagogía desde muy temprano. Hizo del aula el escenario para ver crecer y formar a una juventud deseosa de oportunidades.

Incursionó en la dirección de establecimientos escolares y dejó una impronta de muchos años al servicio de la docencia en el Tolima. Amó entrañablemente a sus hijas y a la región donde nació, la misma que hoy lloran su partida.

Como dijo el poeta inglés Jonn Donne: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta”, pero en mi caso la de Antonio Reyes Guzmán abre una brecha imposible de zanjar.

LIBARDO VARGAS CELEMÍN

Comentarios