Defensa del español

libardo Vargas Celemin

Mañana se celebra en el mundo hispánico el Día del Idioma.
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Esta conmemoración debe llevar  mucho más allá de la socorrida  exaltación gratuita de un idioma como el español que, si bien es hablado por más de 570 millones de personas en el mundo y ocupa el segundo lugar, después del Mandarín, su salud presenta  quebrantos  y desequilibrios que pueden terminar siendo subsumidos por el poder homogeneizador de las grandes potencias, que ven en el estado de una lengua débil, una forma de sujeción mental, de deterioro de valores y de relativización de la identidad. 

Uno de los males del que se viene hablando desde hace muchos años es el impacto de los desarrollos tecnológicos, con su carga de neologismos que invaden los espacios y afectan la tradición y la historia. Álex Grijelmo en su libro “Seducción de las palabras” habla de que estas se “arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo”. La defensa del idioma no es entonces una actitud regresiva como muchos plantean, sino una posición de defensa, sobre todo en las naciones periféricas que, además del sometimiento económico y político, deben recibir sutilmente el impacto de una nueva colonización. 

Otro de los males es una actitud de negación de la lengua nativa por parte de ciertos sectores que asumen los neologismos como parte de su acervo cultural y creen que “ir de shopping al mall”, les da mayor relevancia social, que decir castizamente: “ir de compras al centro comercial”. 

Resulta oportuno parodiar a García Márquez cuando se refirió a las costumbres de ciertos habitantes de casas elegantes bogotanas que utilizan un lenguaje sofisticado para atender visitas, pero este no les sirve para comprar nada en la tienda. Esta irónica comparación hace parte del quehacer comunicativo en todos los niveles de la sociedad, especialmente en las capas altas y medias. 

Las Academias deberían ser más estrictas en el papel de control, exigiendo rigurosamente amplios criterios y no aceptar que sea solo el uso generalizado, quien determine si una palabra entra a formar parte de los diccionarios. 

Si bien es cierto la lengua es dinámica y los referentes se transforman, no se pueden abrir las puertas a los nuevos términos, cuando la riqueza léxica del español permite hacer uso de expresiones concretas y, cuando tenemos palabras que fascinan, no solo por el sentido, sino por su precisión temática, su sonoridad   y su encanto. Es preferible halagar a una mujer con el adjetivo hermosa y no con el de “barbi”. 

El lenguaje español, como dice la escritora argentina Ana María Shua, tiene un gran reto, “consolidarse como una lengua de diálogo y como una alternativa a la lengua dominante actual”.

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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