Dos historias paradójicas

libardo Vargas Celemin

Con una pesada bicicleta color amarillo, ocho años de existencia y un cuerpo menudo, un niño se acercó a la escuela de ciclismo de su pueblo. Aunque no había nacido exactamente allí, porque cuando su madre tuvo los dolores de parto y la llevaron al Hospital, los trabajadores estaban en huelga y ella viajó a Bogotá a tener a su hijo. Así comenzó una historia de un campeón.
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Su padre entendió que sus frustraciones como ciclista profesional iban a tener una compensación. Pronto lo inscribió en una carrera de ciclomontañismo y el niño regresó con una medalla de latón, que lo acreditaba como ganador. De ahí en adelante solo fueron madrugadas frías desafiando los vientos que se colaban por entre los arbustos y escalando las montañas empedradas que chocaban contra las gruesas corazas de su bicicleta. En el descenso desafiaba abismos y curvas en buscaba de la fortaleza física que le posibilitara cumplir sus sueños. 

Con el apoyo de mecenas y amigos pudo viajar al exterior, donde ganó subcampeonato de montañismo en Noruega, Panamericanos en Argentina y otros importantes eventos, hasta que cambió los paisajes de Chiquinquirá y se fue a Europa, esta vez como protagonista de la ruta. Egan Arley Bernal se ha paseado por el mundo ganando competencias y sufriendo accidentes. Sin embargo, ha levantado dos de los trofeos más significativos del ciclismo: Tour de Francia y Giro de Italia. En estos días su sonrisa se ha tomado al mundo ciclístico ratificando su condición de héroe internacional.

Un chico de diecinueve años que le gustaba montar en bicicleta, pero no tenía expectativas de ser campeón, sino que deseaba estudiar, tener un almacén de chaquetas y diseñarlas él mismo, este primero de mayo, luego de despedirse de su novia, descendió por la avenida Quinta de Ibagué. Había escuchado el eco de unos estruendos que le recordaron el paro nacional, pero él buscaba llegar a casa. Miró las calles inmersas en un vaho de misterio. Llegó hasta el separador. vaciló un instante, sintió temor. Miró la esquina de la, Panamericana donde había escombros. De repente un estruendo salió de una tanqueta policial, en el mismo instante en que desde la penumbra, una bala disparada por un cobarde asesino se incrustó en su tórax. Santiago Murillo Meneses cayó a pocas cuadras de su apartamento.

Su rostro también recorrió el mundo. Hasta en el Washington Post y el New York Times rechazaron su asesinato. Se bautizó una avenida con su nombre y desde entonces no se ha silenciado un coro universal exigiendo justicia. Se había convertido en mártir internacional.

Así es el destino de la juventud colombiana, muy pocos triunfan, pero miles naufragan en la pobreza o caen víctimas de la violencia, incluyendo la oficial. 

LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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