De robos y otras reflexiones

libardo Vargas Celemin

El dicho popular que dice que: “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” hace parte del refranero español que aporta, no solo temas para sustentar argumentaciones, sino que encierra la visión de los acaeceres diarios y para muchos es su único arsenal de una filosofía popular que se ha mantenido, gracias a figurar en la literatura.
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El Quijote es una muestra de esa riqueza y a la vez es compendio de una parte de las más de cien mil sentencias breves que expresan recomendaciones y opiniones que configuran una visión de vida. Sin embargo, la interpretación de estas reflexiones no puede considerarse como un dogma.

Es común que se usen los refranes para enmascarar situaciones complejas e impedir que se analicen en todas sus dimensiones. La semana anterior se puso de moda el refrán arriba citado y muchos colombianos solo han tenido una sonrisa irónica, sin que dicho robo, antes que producir preocupación por el grado de inseguridad a la que se ha llegado en algunas ciudades colombianas, genere una especie de solidaridad con quienes lo cometieron.  Los dos ladrones que intentaban entrar a una vivienda en el barrio San Joaquín, de la localidad de Bosa, fueron atracados por otros dos delincuentes motorizados que les robaron sus pertenencias, es decir, “fueron por lana y salieron trasquilados”, pero lo grave del asunto es que parte de la comunidad alberga un sentimiento de complacencia, porque los ladrones se están enfrentando entre ellos mismos.

“El que calla otorga” dice el adagio y eso sucedió con el robo que se cometió en estos días, sin que se haya proferido una condena moral generalizada, contra sus autores, la mayoría de ellos del Centro Democrático que, con las “jugaditas” de siempre, faltaron a la sesión de la Cámara en la que se iba a votar una moción de censura a la ministra de las Tics. La estrategia utilizada es ante todo una falta contra la ética, con implicaciones económicas y sociales, porque ellos reciben salarios y gabelas exageradas para asistir a las sesiones y no para cohonestar ciegamente con funcionarios ineptos en nombre de su partido. 

El tercer ejemplo es un robo descomunal, cuyo valor económico no se puede calcular, porque la vida no tiene precio. Seis jóvenes samarios de extracción humilde que disfrutaban de la brisa marina, fueron atropellados por un conductor ebrio. La indignación aumentó cuando sus abogados cínicamente pidieron la libertad de ese joven mimado de la clase burguesa y política de Santa Martha, con el peregrino argumento de que sufre estrés postraumático y también que no deben enviarlo a la cárcel, porque no constituye un peligro para la sociedad. 

La justicia lo puede absolver, pero su conciencia jamás, porque ella es inexorable.

 

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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