Violencia contra la palabra

libardo Vargas Celemin

En la antigüedad los tiranos y dictadorzuelos tenían por costumbre perversa envenenar a sus opositores, o condenarlos al destierro. Cuando se creían prácticas desuetas surge en Nicaragua un autócrata quien, prevalido del poder emanado de una revolución popular, se entroniza en la presidencia y decide perseguir a sus antiguos compañeros de la guerrilla sandinista, a defensores de los Derechos Humanos, periodistas, religiosos, académicos y todos aquellos que critiquen su gestión.
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En su afán por seguir en el poder encarcela cientos de activistas políticos, candidatos presidenciales y disidentes de la izquierda, sin considerar el aporte de estos al proceso que condujo el derrocamiento del tenebroso Anastasio Somoza. No contento con ello, borró de la legislación nicaragüense lo que corresponde al artículo quince de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece: “Toda persona tiene derecho a una nacionalidad, nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiarla”.

Avalado por una justicia genuflexa se dio a la tarea de perseguir a sus opositores, la mayoría de ellos figuras provenientes de distintas corrientes ideológicas y políticas del país, identificados en su resistencia contra un gobierno déspota. Muchos fueron encarcelados, exiliados otros, y ahora 94 de ellos privados de su nacionalidad. “Te pueden despellejar, pero tu país no te lo quitan ni, aunque te dejen en carne viva”, afirmó el reconocido escritor. Sergio Ramírez, quien fuera vicepresidente del ahora temible represor Ortega. Ramírez, ganador del Premio Cervantes 2017, también es un exiliado y la edición de su última novela “Tongolele no sabía bailar” (2021), se encuentra retenida en las bodegas de la aduana en Managua.

Entre tanto, una poeta de gran sensibilidad y que conquistó el corazón de miles de mujeres en el mundo con sus versos auténticos, de denuncia y defensora de los derechos femeninos, exiliada actualmente en España, enfrentó la noticia de la pérdida de su nacionalidad con la escritura de un hermoso poema que en una de sus estrofas plantea: “Me fui con las palabras bajo el brazo/ellas son mi delito, mi pecado/ ni Dios me haría tragármelas de nuevo”.

El exilio es uno de los peores castigos que puede recibir un ser humano. Abandonar los espacios en los que se formó y cortar abruptamente con los nexos del pasado, no tiene comparación. Razón tuvo Sócrates al preferir la muerte al destierro, porque se muere una sola vez y el exilio es una muerte diaria.

La palabra es arma poderosa que tiene el escritor para defenderse del déspota, por eso le temen tanto y creen que privarlo de ella es desarmarlo y condenarlo al ostracismo, pero lectores y escritores del mundo están levantando sus voces para exigirle a Ortega y a su consorte que les restituya la nacionalidad a los opositores nicaragüenses.

 

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LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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