¿Ambientalismo radical?

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La preocupación por el ambiente en Colombia crece. No es una cuestión de radicalismo, sino de sentido común. Nuestros alimentos, viviendas, familias y trabajos dependen de los ecosistemas.

La fuerza de las circunstancias está creando un movimiento ambiental en Colombia. Comunidades que se niegan a beber aguas envenenadas con mercurio y cianuro; etnias que ven en peligro sus medios tradicionales de vida; empresarios cuyos negocios son amenazados por la contaminación. Todos comparten la defensa del derecho a un ambiente sano.

Pero como ocurre con las leyes de la física, toda acción genera reacción. Algunas voces califican al ambientalismo colombiano como radical. La discusión sube de tono y con ella se intensifican los llamados a la calma.

En el fondo, es una disputa sobre el futuro de nuestra relación con los sistemas naturales que nos sustentan. En suma, sobre la gestión del conflicto. Y sobre el poder.

El ambientalismo es un compromiso con la idea de que el crecimiento económico ilimitado es imposible en un mundo de recursos naturales finitos. Propone ajustar nuestros patrones de producción y consumo a esa realidad. Es, de nuevo, un llamado al sentido común y a la moderación. Nada más lejos del radicalismo ideológico.

Por el contrario, ignorar los límites biofísicos de la actividad humana equivale a asumir que hay otros planetas qué habitar, una vez terminemos con los recursos de este. Nada más irracional y radical.

No hay que caer en la polarización ni en la violencia. Pero tampoco hay que bajar el tono del debate. La cuestión ambiental, además de relevante, es contenciosa. Es un debate técnico, pero antes que nada, es político.

Ñapa: Genera desconcierto ver al partido conservador convertido en el primer elector de Tolima, departamento de historia liberal. López Pumarejo y Echandía deben estar revolcándose en sus tumbas.

*Ambientalista tolimense

Credito
CARLOS LOZANO ACOSTA*

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