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No es habitual que tome esta decisión una periodista reconocida por su trayectoria, independencia, frontalidad e inquebrantable compromiso con la verdad.
Durante años, Vicky Dávila ha sido una de las voces más críticas y valientes del periodismo colombiano. Como directora de la Revista Semana, demostró que la prensa puede y debe ser un contrapoder. Ha sido una férrea fiscalizadora de las irregularidades del gobierno de Gustavo Petro, denunciando los excesos, los actos de corrupción y las conexiones cuestionables que han rodeado al Ejecutivo y a la familia presidencial. Su trabajo la posicionó como una de las periodistas más influyentes del país y le permitió enfrentarse al poder en su máxima expresión, en una lucha incansable por la transparencia y la justicia, a pesar de los intentos por desacreditarla.
La independencia convierte a Vicky Dávila en una candidata única. No es el títere de ninguna maquinaria política, ni la representante de intereses oscuros. Su voz es auténtica y su compromiso con Colombia es real para devolverle al país la confianza en sus líderes, demostrando que es posible hacer política sin pactos vergonzosos ni concesiones éticas.
No promete milagros, pero sí ofrece una oportunidad para reconstruir el tejido institucional del país sobre la base de la integridad y la verdad, lo que la convierte en una alternativa que desafía el statu quo mediante un cambio real, sin ataduras con la politiquería que tanto daño le ha hecho a Colombia. Así lo expresa con convicción: “Es sencillo. Hay que sacar a la izquierda que solo sabe destruir, y a los políticos corruptos que solo saben robar, vengan de la orilla ideológica que vengan. Ninguna ideología política vale la pena si el propósito es robar y hacerles favores a los amigos contratistas. Hay que generar propuestas con sentido común, escuchando a la ciudadanía, y no a los mismos de siempre. Si todos los dirigentes del pasado hubieran hecho las cosas bien, no estaríamos en la situación actual. Esas propuestas deben generar confianza y progreso, pero sobretodo, se les tiene que cumplir a los colombianos de una vez por todas. El resto es teoría.”
En un escenario político fragmentado y dominado por la polarización, la llegada de Vicky Dávila a la contienda presidencial es el catalizador esperado por muchos colombianos. Su experiencia como periodista le ha permitido conocer los problemas más profundos del país: la corrupción rampante, la desigualdad social, la falta de oportunidades y la inseguridad que golpea a las regiones más vulnerables. Pero, más importante aún, ha aprendido a escuchar y a entender que liderar un país no es imponer una agenda personal, sino construir consensos y buscar soluciones colectivas.
Colombia necesita líderes con visión, valores y el coraje para desafiar las estructuras de poder que perpetúan la injusticia y la desigualdad. Vicky Dávila representa esa posibilidad de renovación, de llevar al centro del debate nacional las preocupaciones reales de los colombianos, liderando con el ejemplo. Su candidatura no solo es una apuesta por la ética, la verdad y el coraje, sino también una invitación a replantear nuestro futuro con valores y sin mezquindades.
Sin embargo, me inquieta la actitud de algunas colegas de Vicky Dávila, mujeres periodistas que, en lugar de celebrar la aspiración de otra mujer con impecable trayectoria y carácter probado, se han dedicado a criticarla de manera destructiva, rozando la envidia. Esto parece más bien una manifestación de resentimiento y no una discusión objetiva sobre su idoneidad como candidata.
Es hora de que las críticas destructivas cedan paso al reconocimiento del derecho legítimo que tiene Vicky Dávila de aspirar a la presidencia, sobre todo tratándose de una persona a la que nadie le ha regalado nada. Todo lo ha conseguido con esfuerzo, dedicación y una ética profesional inquebrantable. No hay atajos ni favores en su camino. Su carrera ha sido una constante demostración de que, con trabajo y determinación, es posible llegar lejos, incluso en un medio tan exigente y competitivo como el periodismo.
Y como dijo el filósofo de La Junta: "Se las dejo ahí...”
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