Tiempos de paz, tiempos de amor

Manuel José Álvarez Didyme

Una vez más se nos vinieron encima las fechas de conmemoración de la navidad y las del año que concluye y el que se inicia, y los colombianos, al igual que los millones de habitantes de este contaminado planeta, presurosos salimos a echar mano de cualquier medio de comunicación que se encuentre a nuestro alcance, desde el secular correo, hasta el moderno celular o las “tic’s” para circular los más emotivos mensajes de "Paz y Amor” evitando en ellos cualquier expresión que denote falta de cordialidad o afecto, todo refrendado por apretados abrazos por doquier, en medio de multicolores luces, alegres músicas, sonoros repiques de campana, esperanzadoras voces y cánticos de reconciliación, como prolegómeno de los propósitos de enmienda y cambio de comportamiento futuro, que hacemos frente al Dios niño y al momento de arrancar la última hoja del calendario.
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En un contexto en el que se destacan la regordeta figura de “Santa Claus” y la del humilde pesebre, simulando retazos de nuestra nativa geografía o de foráneos parajes con exóticos renos y trineos, todo cubierto de nieve.

Y las calles, –sobre todo nuestra peatonal carrera tercera-, atiborradas de vendedores, mimos, cantantes y músicos ambulantes; gentes pobres, menos pobres, ricos, más ricos, grandes o chicos, “todos a una”, en actitud sonriente, nos damos a repartir expresiones amables a quienes se cruzan en nuestro camino, sean o no conocidos nuestros.

Como si se estuviera escenificando una comedia para ocultar la diaria tragedia del discurrir nacional, ante lo cual, cualquier desprevenido visitante de seguro pensaría que de la faz de este convulso país desaparecieron como por encanto, el rencor, la amargura, la corrupción, el odio y la violencia.

Claro que si detiene la mirada y otea el teatral apaciguamiento de los espíritus, encontrará vigentes y encubiertas bajo el engañoso ropaje de los besos, los abrazos, las sonrisas, los regalos y demás, todas y cada una de las formas de agresión a “la vida, honra y bienes”, que merecidamente nos han llevado a ganar el título de uno de los países más desiguales y violentos del orbe.

Circunstancias con las que nos hemos familiarizado tanto, que ya ante ellas hemos perdido la capacidad de asombro y mermado la reacción para disminuir su impacto o procurar su total erradicación, que ya poco nos afectan la delincuencia, los delincuentes y el delito.

No obstante, estas fechas se institucionalizaron para hacer gala de armonía y entendimiento con el semejante, y no simples manifestaciones formales de afecto, que desde luego son valiosas, pero que, en el caso colombiano, deben hacerse propicias para, que, como fruto de la reflexión colectiva, nos conduzcan a exigirle a los actores de la barbarie, el inmediato “alto” en la práctica del narcotráfico, la violencia y el terrorismo y sus secuelas de secuestro, muerte, destrucción, miseria, angustia, dolor y llanto.

Que las nefandas experiencias hasta hoy vividas nos parezcan ya, más que suficientes para iniciar sin dilación la tarea de reconstrucción espiritual dentro del marco del verdadero evangelio de aquel, que con tanta algazara y precario recogimiento, su nacimiento celebramos 2.021 años después de acontecido.

Con menos barullo, música, pólvora, libaciones y fingida alegría, y más respeto, tolerancia y comprensión, a ver si en un tiempo cercano se pueda llegar a llegarle a las generaciones porvenir, un promisorio futuro y unas verdaderas felices navidades.

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME

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