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Porque ya quedaron atrás los muchos años en que han venido realizándose, -salvo alguna ocasional interrupción como la padecida a propósito del coronavirus -, y me temo que continuamos sin advertir el tremendo valor social que ellas pueden llegar a alcanzar en cuanto espontánea manifestación de una comunidad que definitivamente tiene cierta y definida su vocación por la música y el arte como medios de expresión de sus muchos estados de alma, y que además los busca como pretextos para esquivar el pesimismo que traen consigo la pobreza y el desempleo.
Lo cual evidencia la importancia de su permanencia y reiteración en el tiempo, indicando también que ya es hora de preocuparnos por su futuro mejoramiento, ante el estancamiento en que se encuentran dada la simplicidad e intrascendencia de su actual contenido.
Para lo cual hay que involucrar en ellas a los verdaderos conocedores del acervo cultural de nuestro país para ver de organizar en forma paralela a "la mera rumba", concursos de composición, interpretación e investigación de los diversos géneros musicales, de coros, teatro, literatura, cuentería e historia vernácula, seminarios, foros y charlas sobre costumbres, creencias y tradiciones, cursos de preparación de comidas y talleres de elaboración de utensilios, instrumentos, herramientas, materiales y vestuario, así como su exhibición, al modo de otros eventos nacionales e internacionales con identidad propia.
Y obviamente convocando con tiempo a los artistas y artesanos regionales, dotarlos de recursos y asistirlos con instructores y diseñadores para producir escenarios, trajes y carrozas con temas distintos de los manidos y faltos de imaginación de las mariposas y florecitas de papel o la chagra campesina tratada de manera ingenua, precaria y descuidada y a las matas de plátano y guadua diseminadas por doquier en contravía de la estética y el buen gusto.
En actitud vigilante para que las comparsas que participen, lo hagan con respeto por las tradiciones, con las que poco o nada tienen que ver los matachines de los últimos festivales que más parecen mendigos cubiertos con paupérrimas colchas de deshilachados retazos y disfrazados con máscaras de animales sin vínculo alguno con nuestra cultura como elefantes, leones o rinocerontes, alternando con indias de minifalda, zapatos de tacón y doradas lentejuelas, acompañadas por "campesinos" de bluyines, sombrero de paño o cachucha y un pañuelo rojo distinto y distante de nuestro variopinto "rabo'e gallo", todo amenizado por ballenatos, mariachis y la disonante música de las hermanitas Calle.
Procurando que los eventos se desarrollen en los espacios adecuados que sean seleccionados entre aquellos donde no se afecten negativamente el sosiego y la tranquilidad de los moradores de las áreas residenciales y los usuarios de las zonas administrativas y comerciales de la ciudad.
Asistidos por un verdadero deseo de afianzar valores y tradiciones y no por el único propósito de vender aguardiente para nutrir las siempre exangües arcas oficiales.
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